- Tapa blanda: 174 páginas
- Editor: Createspace Independent Publishing Platform (16 de junio de 2018)
- Idioma: Español
- ISBN-10: 1721522026
- ISBN-13: 978-1721522026
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Valoración personal
Mi valoración, excelente, muy recomendable para aquellos que quieran conocer de primera mano el conflicto salvadoreño, y digo de primera mano, no el de la élites, el que sale en los libros de historia, sino de las personas implicadas en la lucha, la historia olvidada de quienes lo dieron todo.
La inclusión de fotografías de quienes aparecen en el libro, añade emoción a un texto ya en sí, más que emocionante.
La reseña
«Alejandra - ¿Cuántas despedidas implica un regreso?». De Susana AlfaroPodría decirse que es una mano extendida desde la lejanía, un repaso de un
pasado lejano, desde el exilio; pero, que está muy presente a pesar de los años
transcurridos todo el dolor y todo el amor de la protagonista y autora hacia
todas esas personas entrañables que le acompañaron en aquella lucha.
A lo largo de la narración siempre se percibe
ternura infinita en el recuerdo de aquellos que cayeron, al mismo tiempo que la
ausencia de odio o de ánimo de revancha contra quienes los asesinaron o
traicionaron. Llama la atención que los nombres que aparecen son los de quienes
lo merecen, solo de quienes lo merecen, ni más ni menos, porque se trata de
honrar a quienes lucharon por sus ideales de un mundo mejor, no de otra cosa.
Resulta fácil captar la nostalgia de aquellas
risas jóvenes, de aquellas noches con el sonido de acordes de guitarra
escuchando canciones de Serrat cantadas por su hermano René. Me lo imagino
cantando, con esa risa despreocupada de adolescente con la que aparece en la
única fotografía que existe de René Alfaro, una risa de quien tiene toda la
vida por delante, capaz de expandir su voz cual poema machadiano al ritmo de
esa guitarra rebelde, sin saber, a pesar de ser consciente de ello, de que una
bala podría ser un dulce final para lo que le esperaba. Leyendo el testimonio
de Alejandra Ramírez, me parece escuchar su voz, la de René:
«—Alejandra, si ve que ya está perdida,
mátese...no vaya a dejarse agarrar porque a las compas les hacen cosas
terribles.».
René transita por todo el libro, con una fuerza omnipresente, está
incluso cuando ya no está, así lo percibe la autora, así lo percibo yo, y creo,
que lo percibirá el lector.
Y es que
este libro es el testimonio personal de una de esas personas admirables que se
cruzan en tu vida. Es el testimonio de
una mujer luchadora, de una joven cuya su única pretensión en la vida era
terminar sus estudios universitarios y ser maestra. Una muchacha que vivía con
la cotidianidad de cualquier joven estudiante, ajena a su alrededor, donde
pasaban cosas:
«—¿Qué ve? —le preguntó
su primo Carlos.»
«—El río —le contestó
ella con la ingenuidad y despreocupación de sus años.»
Y su primo Carlos insistió. Había algo más que
el río, vio gente que lo estaba pasando mal, que estaba sufriendo, que carecían
de todo lo que ella consideraba lógico y normal para vivir con dignidad. Y
entonces llegó la pregunta que le abrió los ojos:
«—¿Y le parece normal
que usted tenga todo y ellos vivan así?»
Abrir los ojos no es fácil, si los mantienes
cerrados llegará el día en que te toque a ti, que vendrán a por ti; pero, si
los abres el riesgo es mayor, sabes que te has puesto frente a ellos y que
jamás te lo perdonaran, que siempre tendrán una bala dispuesta con tu nombre.
Sin embargo, una vez que has abierto los ojos, no puede ser la indiferencia tu
actitud, si tienes conciencia y Susana la tenía, la tiene. Y en lugar de
quedarse en su zona de confort, tomó partido por quienes lo estaban pasando
mal, por quienes no sabían si verían amanecer o anochecer, si al día siguiente
besarían a sus hijos, a sus padres o seres queridos. Tomar partido por los
pobres, tiene ese riesgo, el vivir y sufrir como ellos. Y Susana lo hizo, lo
hizo acordándose de su primo muchas veces, al que, en más de una ocasión,
cuando sus piernas se hundían en el barro, agotada y sufriendo, con gusto le
habría preguntado:
«—¿Le
parece normal que tenga yo que andar aquí?»
Pero ya no podía porque,
para su desgracia y la de todos quienes luchaban por un mundo mejor, apareció
mutilado y agonizando en el Playón de Chalchuapa después de ser capturado por
la guardia de Santa Ana, sin haber cumplido los 19 años.
Pero Carlos fue uno más de una larga y dolorosa
lista, a la que un día se unió su hermano René.
Alejandra Ramírez, no era una más, fue
responsable política de la guerrilla, nunca llegó a disparar un solo tiro; sin
embargo, no era de esos responsables políticos que desde el extranjero diseñan
las estrategias sobre un mapa, con un café o un licor al lado, bien alimentados
y sin peligro de que un obús o una bala les atraviese el pecho. Alejandra
estaba en el frente, sufriendo las pulgas, y las ráfagas, el agua la lluvia y el
viento, viendo morir todos los días a sus compañeros de lucha, pensando que
cada amanecer podía ser el último. Para ella, cada compañero o compañera, tenía
un nombre, un problema, un sueño, un tintineo diferente en sus risas y un
brillo ilusionado en sus miradas.
Tras el triunfo de la revolución Sandinista todo
se eclipsó, de los noticiarios desaparecieron las noticias de otras
revoluciones en Centro América. El imperio mandaba silencio, había sido
derrotado y los serviles mandatarios europeos agacharon la cerviz para besarle
las botas al nuevo mandatario de extrema derecha yanqui, al nefasto Ronald
Reagan, que armó a los más cruentos dictadores y criminales del mundo.
Comenzaron nuevas estrategias por parte de las
dos grandes potencias, EE.UU. y la Unión Soviética. Para ellos, las luchas y
los procesos locales, eran utilizados cual peones de ajedrez que se podían
sacrificar según considerasen conveniente, no para los pueblos, sino para sus
estrategias militares o geopolíticas. Podría resultar fácil para los
revolucionarios de salón, para los dirigentes de las organizaciones en lucha
plegarse a las decisiones geoestratégicas de las grandes potencias dar órdenes desde lejos en
casas lujosas con piscina; pero no para quien estaba al pie del cañón, ni para
los que estaban en su mira; Mientras en los despachos se decidía el futuro de
los combatientes y se soñaba con tomar el poder, los jóvenes revolucionarios,
los de verdad, seguían regando con su generosa sangre las calles y tierras en
El Salvador, sin otra opción ni alternativa que luchar por sobrevivir.
Oponerse a esos designios llegó a ser más
peligroso que la propia lucha revolucionaria, Alejandra lo hizo. Para
doblegarla le ofrecieron prebendas y la convirtieron en aclamada “heroína victoriosa”. Pero ella, pudiendo
estar en los despachos, rechazó todo, porque ella no inició la lucha por un
puesto, sino por un ideal.
Lo de El Salvador no fue una guerra civil, como
nos quieren presentar quienes escriben la historia a sueldo, fue la resistencia
valiente de un pueblo que tan solo pretendía vivir en paz.
«Alejandra—¿Cuántas
despedidas implica un regreso?» Es un testimonio de imprescindible lectura,
escrito con el corazón, desde lo más profundo del sentimiento, que nos muestra
las sensaciones, miedos y esperanzas de una mujer luchadora, de una de aquellas
estudiantes que se vieron obligadas a dar el paso de irse al monte. Como dice ella:
«Soñamos el sueño de los
grandes, no vivimos para nosotros, no morimos de las cosas cotidianas y cayeron
bellos, valientes y jóvenes con el futuro en la mirada.
Por las risas de los
pobres, por la elevación de la condición humana, vivimos y cayeron como ángeles
rebeldes que no se sometieron, que no bajaron la cabeza para que les instalaran
el yugo. Vivimos sabiendo que la muerte pertenecía a la realidad de todos los
días: nos negamos a acallar el escalofrío con química y alcohol. A sus armas
les opusimos nuestra fe inquebrantable de merecer algo mejor que cosas, que
trabajar como esclavos para hacernos aceptables para los opresores.»
«Alejandra—¿Cuántas
despedidas implica un regreso?» Es la búsqueda de un lugar en la
tierra, sin otra aspiración que hacer lo que hace cualquier joven europeo,
trabajar, estudiar y hasta luchar por nuestros derechos individuales o
colectivos. Muchos teníamos esa consciencia que dejábamos entre paréntesis al
entrar a una discoteca. Pero a ellos no les permitieron vivir en paz, a ellos
los asesinaban, torturaban…, mientras en Europa mirábamos para otro lado.
Paco Arenas
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