lunes, 30 de julio de 2018

La noticia más importante y el extraterrestre




En mi lejana juventud, no recuerdo en qué novela, leí esta historia ambientada en un país imaginario que bien podría tener semejanzas con la España de finales de los años veinte del pasado siglo, cuando reinaba Alfonso XIII. Recuerdo que fue un regalo de mi tío Auspicio.
 Me vais a perdonar mi buena o mala memoria, puesto que escribo sirviéndome de ella y la suelo tener bastante dispersa, así que puede ser tan inventada como recordada.
Más o menos era así:
En aquellos años del siglo XX un marciano aterrizaba a las afueras de un barrio de la capital de aquel país. Su intención era comprobar el funcionamiento de gobierno en la Tierra, puesto que en Marte tenían por entonces algunas deficiencias.  Si bien es cierto que sabía que no estaba en el país adecuado, las baterías de solares se le habían agotado y precisaban de al menos un día tendidas y puestas al sol para recargarse.
 El marciano en cuestión tenía ciertos poderes, como tomar el aspecto de la primera persona que viera pasar por su lado, eso sí, no podía hacerlo cada vez que quisiera, sino cada veinticuatro horas marcianas. No siendo ese su mayor poder, o al menos el más práctico, podía ver a través de las paredes.
En una de las viviendas vio a un hombre acicalándose delante del espejo con un traje gris, le pareció elegante y tomo su forma, arrepintiéndose casi al instante al ver salir de la cama a una terrícola, que hasta despeinada y con legañas le pareció hermosa. No había vuelta atrás, al día siguiente tomaría forma femenina.
Vestido con su traje gris, muy usado y gastado para su gusto, se encaminó a la parada del taxi más cercana, también tenía esa cualidad de buscar servicios, como la de multiplicar el dinero, innecesario en Marte, pero imprescindible en la Tierra.  Sacó la cartera, y tenía solo dos billetes de peseta, dos reales y cuatro perrasgordas, se percató que eso era muy poco y multiplicó las cantidades, pero claro, de acuerdo a lo que llevaba, fueron veintidós billetes de peseta, un duro y dos reales, pero en veintidós monedas de real, y dos pesetas con veinte céntimos en moneda de perragorda. Llena cartera y bolsillos
—Buen hombre, ¿me llevaría usted al lugar donde mejor vivan de este planeta…
—¿De dónde viene usted? —preguntó el taxista, que al ver como aquel hombre con pinta de dependiente de comercio sacaba la tarjeta y le entregaba diez pesetas, se apresuró a abrirle la puerta del coche sin preguntar; aunque pensando:  —Ni que viniera de Marte ¿De Marte acaso? ¡Copón!
—¿Hay bastante? —preguntó el marciano.
—Co eso lo llevo gasta Pinarejo ida y vuelta. ¿Dónde quiere ir usted?
—A donde mejor vivan en este país.
—Eso está claro. Al Palacio Real, nadie vive mejor que el rey y su familia, que viven a cuerpo de rey, nunca mejor dicho. Pero hoy inauguran el mejor restaurante de la capital, al cual están invitados quienes mejor viven del reino.
Durante el trayecto el taxista le fue dando conversación a tan esplendido dependiente, tan desprendido en el pago.  Muy contento iba el marciano de ver que había contratado al taxista adecuado, que conocía los entresijos del país al dedillo, o al menos eso parecía.   Mucho más contento el taxista, que ya tenía en su bolsillo el sueldo de todo el día sin apenas haber comenzado la carrera.
El taxi se detuvo frente aquel afamado restaurante que terminaban de inaugurar. Ya había comenzado a entrar gente elegante con cara de satisfacción y aspecto de estar muy bien alimentada, con trajes bien planchados y aspecto de ser nuevos, no como el de él que llevaba algún remiendo que otro y los puños y cuellos de la chaqueta desgastados. Mientras que ellas engalanadas con vistosos vestidos y joyas, con máscaras de maquillaje que al marciano le parecieron ridículas. Ellas y ellos hablaban de naderías y de algo que llamaban arte y cultura, un arte desconocido para el marciano, por lo cual preguntó al taxista.
—Eso no es arte ni cultura, es tortura, meten a criaturas en una plaza, miré usted —señalando una plaza de toros, y pensando «habla como uno de Cuenca, pero parece extranjero, está en Babia, hace unas preguntas tan tontas» — y allí primero les clavan banderillas afiladas, cuando tienen al animal agonizante, un torero vestido con un ridículo disfraz de luces, lo tortura hasta matarlo…
—¿Así se divierten? —Preguntó, pero pensó «¿Me he equivocado de siglo? He llegado a la Roma de principios de la era cristiana.
—Mucha gente, ellos en los palcos a la sombra, y a los pobres que les gusta esa salvajada al sol, con eso los distraen y no piensan. ¿A usted no le gustaran los toros…? ¿verdad?
El marciano negó con la cabeza, y el taxista, le explicó cosas referentes a los toros, el circo y el pan, tampoco se adentró mucho en la cuestión, puesto que el marciano por las mesas comenzaron a aparecer manjares que nadie tocaba, como si esperaran a alguien.  Se quedó anonadado y se dispuso a regresar a su planeta dispuesto a informar del magnífico sistema de gobierno que había en la tierra, y más concretamente en aquel Reino, con excepción de esa salvajada a la que llamaban cultura, cuando en realidad era tortura.
Quienes entraban en el restaurante se iban sentando en sillas alrededor de las mesas. El marciano estaba anonadado ante tal despliegue de comida que, como ya he dicho, nadie tocaba a pesar de lo suculentas que eran las viandas.
«Con lo que hay en una mesa a buen seguro de que en mi planeta comerían, más de cien personas, y a buen seguro, que ya habrían comenzado a comer, siendo que están todas las mesas ocupadas menos una.»
  Entonces se fijó en una docena de limpiabotas que con ropa humilde y una maleta de madera entraban en el restaurante y se ponían en cuclillas ante elegantes señores, comenzando a sacar lustre a los zapatos de los futuros comensales a cambio de unas perrillas, que algunos en lugar de dárselas en la mano, las tiraban al suelo entre risas de quienes estaban sentados, incluso algunos, sin que les limpiasen los zapatos tiraban monedas al suelo. No solo perrillas, también algunas croquetas para que, como perros, fueran tras ellas los limpiabotas.  El marciano se enfureció ante lo que estaba pasando, a pesar de ser un ser pacífico. Entonces quiso comprobar si eso le ocurría solo a él y los terrestres sentían igual de indignación, y le dio esa posibilidad ver también a través de las paredes al taxista y así comprobar  su reacción.  

Vieron en los fogones sudorosos cocineros y pinches preparaban la comida soportando los gritos desaforados del dueño del restaurante, mientras que unas mujeres, con las manos comidas por los detergentes, lejías y estropajos, con gesto dolorido, por culpa del dolor de riñones, fregaban los pocos platos que comenzaban a llegar con comida, y sin apenas tocarla iban a la basura directamente. El marciano se extrañó de tal desperdicio, puesto que, según sus noticias en ese país la gente pasaba hambre y necesidades. Mientras que el taxista se relamía:
—Madre del amor de Dios, que gambas, que cigalas, jamoncico del bueno…si mis hijos lo pillaran…
—Dime, buen hombre, quiénes son esa gente que hay dentro, capaz de hacer lo que están haciendo…
—¿Quiénes van a ser? Los que no pegan un palo al agua, las garrapatas —dijo guasón el taxista, mirando como un plato de croquetas era echado a la basura.
—No entiendo lo que quieres decir, ¿no son personas, son garrapatas capaces de adaptar su apariencia a la humana…, ahora lo comprendo —dijo encogiéndose de hombros el marciano que había adoptado bien los gestos y forma humanos.
El taxista lo miro ahora como diciendo:
«Este tío está majara perdido»
Sin embargo, dijo:
—Pues quienes no trabajan. Son personas que tienen la misma función en la sociedad que las garrapatas, vivir como parásitos de los demás.  
—¿Y vuestros gobernantes y dirigentes no dicen nada? ¿Vosotros no protestáis?
—Nuestros dirigentes son también garrapatas — señalando a uno —. Miré, ese es el primer ministro, abogado, notario, diplomático, registrador de la propiedad…
—Tiene mucho mérito, debe ser muy inteligente, habrá tenido que estudiar mucho para conseguir tantos títulos académicos…
—No hombre no, a los que mandan, en las universidades, a cambio de subvenciones y nombramientos, en este país los títulos se los regalan…, mientras que a los hijos de los pobres no nos dejan estudiar o nos ponen unas tasas universitarias que la mayoría no podemos pagar, a no ser que dejemos de comer…
En ese momento llegó en un coche con banderines y escolta, cierto personaje no muy agraciado y con una nariz que de haber sido pescador no habría necesitado caña, que, al entrar, todos los comensales se levantaron y le hicieron la reverencia con baboseo evidente, tanto que el personaje estuvo a punto de resbalar de mojado que estaba el suelo.
—¿Y ese otro al que todos hacen la reverencia?  —preguntó el marciano señalando al individuo en cuestión.
—Ese el parásito mayor del Reino, la garrapata padre, el más ladrón, el más putero y sinvergüenza, quien nunca ha trabajado en su vida, ni él ni ninguno de sus ancestros, quien vive como una garrapata desde antes de nacer...
—Pero debe ser muy inteligente para que todos le rindan pleitesía…
—¡Qué va! A ese el título se lo regalan por haber nacido de un determinado coño, no necesita ningún otro título o saber. Aunque fuese el más torpe del mundo, se elogiaría su sabiduría, si fuese, que lo es el más ladrón del reino, se alabaría su honradez, se le considera el más casto y puro a pesar de que es el más putero, putas que pagamos todos…
—¿Y los tribunales de justicia no actúan, el pueblo no actúa?
—Los tribunales sí, a quien lo critica lo meten en la cárcel, a él, aunque robe, mate, prostituya o deje hijos abandonados en cada esquina, no le pasará nada, su persona jurídicamente es inviolable…
—Pero al menos, si las garrapatas, si quiénes no trabajan viven así… ¿cómo viven quienes trabajan? —preguntó con gran asombro el marciano.
—Espere usted un poco, y lo podrá comprobar.
—Vamos dentro y tomamos algo, yo convido —dijo el marciano, sacando el resto de los billetes.
—Con ese aspecto de dependiente de comercio, y con mi uniforme de faena no nos dejaran entrar —se rio el taxista.
Tal y conforme dijo, así fue, no les dejaron entrar.
 De inmediato, casi a empujones, fueron expulsados los limpiabotas. Curiosamente ninguno se marchó a su casa, sino que espero en las cercanías.  El marciano pudo comprobar, que ahora en masa, algunos platos llenos de sabrosos manjares eran arrojados a la basura. Cuando estuvo el cubo lleno, dos pinches sacaron el cubo de basura a la calle, de inmediato la media docena de limpiabotas se abalanzaron a rebuscar en cubo, casi pegándose entre ellos, que comenzaban a guardar comida en un apartado del maletín de limpiabotas, al tiempo que de vez en cuando no podían evitar llevarse una porción de comida a la boca. 
—Así viven quienes trabajan en este reino…
Al marciano salió corriendo hasta su platillo volante y creo que ya no se le ha vuelto a ver.

Así como ese marciano me he encontrado yo hoy al poner el telediario después de una semana sin ver la tele. Lo último que vi fueron las noticias sobre un tal Juan Carlos de Borbón, con ciertas semejanzas más que evidentes con sus ancestros (quien a los suyos se parece honra merece, dicen en mi tierra).  La noticia principal con la que abrían el noticiario, era que el hijo del heredero del dictador, estaba de vacaciones en Mallorca y que su hija, había pronunciado sus dos primeras palabras.  Como a los quince minutos todavía continuaban con babeante murga los locutores, ante el riesgo de que se me inundase la casa de babas, he apagado el televisor, con la pena de no tener un platillo volante y escapar de este podrido reino que babea sumiso, sin importarle que quien vive lo público esté exento de rendir cuentas ante la justicia, porque así deciden babeantes siervos.

 ©Paco Arenas

©Lágrimas secas

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...