En mi lejana juventud, no recuerdo en qué novela, leí esta
historia ambientada en un país imaginario que bien podría tener semejanzas con
la España de finales de los años veinte del pasado siglo, cuando reinaba
Alfonso XIII. Recuerdo que fue un regalo de mi tío Auspicio.
Me vais a perdonar mi
buena o mala memoria, puesto que escribo sirviéndome de ella y la suelo tener
bastante dispersa, así que puede ser tan inventada como recordada.
Más o menos era así:
En aquellos años del siglo XX un
marciano aterrizaba a las afueras de un barrio de la capital de aquel país. Su
intención era comprobar el funcionamiento de gobierno en la Tierra, puesto que
en Marte tenían por entonces algunas deficiencias. Si bien es cierto que sabía que no estaba en
el país adecuado, las baterías de solares se le habían agotado y precisaban de
al menos un día tendidas y puestas al sol para recargarse.
El marciano en cuestión tenía ciertos poderes,
como tomar el aspecto de la primera persona que viera pasar por su lado, eso
sí, no podía hacerlo cada vez que quisiera, sino cada veinticuatro horas marcianas.
No siendo ese su mayor poder, o al menos el más práctico, podía ver a través de
las paredes.
En una de las viviendas vio a un
hombre acicalándose delante del espejo con un traje gris, le pareció elegante y
tomo su forma, arrepintiéndose casi al instante al ver salir de la cama a una terrícola,
que hasta despeinada y con legañas le pareció hermosa. No había vuelta atrás,
al día siguiente tomaría forma femenina.
Vestido con su traje gris, muy
usado y gastado para su gusto, se encaminó a la parada del taxi más cercana,
también tenía esa cualidad de buscar servicios, como la de multiplicar el
dinero, innecesario en Marte, pero imprescindible en la Tierra. Sacó la cartera, y tenía solo dos billetes de
peseta, dos reales y cuatro perrasgordas, se percató que eso era muy poco y multiplicó
las cantidades, pero claro, de acuerdo a lo que llevaba, fueron veintidós billetes
de peseta, un duro y dos reales, pero en veintidós monedas de real, y dos
pesetas con veinte céntimos en moneda de perragorda. Llena cartera y bolsillos
—Buen hombre, ¿me llevaría usted al
lugar donde mejor vivan de este planeta…
—¿De dónde viene usted? —preguntó
el taxista, que al ver como aquel hombre con pinta de dependiente de comercio
sacaba la tarjeta y le entregaba diez pesetas, se apresuró a abrirle la puerta
del coche sin preguntar; aunque pensando:
—Ni que viniera de Marte ¿De Marte acaso? ¡Copón!
—¿Hay bastante? —preguntó el
marciano.
—Co eso lo llevo gasta Pinarejo ida
y vuelta. ¿Dónde quiere ir usted?
—A donde mejor vivan en este país.
—Eso está claro. Al Palacio Real,
nadie vive mejor que el rey y su familia, que viven a cuerpo de rey, nunca
mejor dicho. Pero hoy inauguran el mejor restaurante de la capital, al cual
están invitados quienes mejor viven del reino.
Durante el trayecto el taxista le
fue dando conversación a tan esplendido dependiente, tan desprendido en el pago.
Muy contento iba el marciano de ver que
había contratado al taxista adecuado, que conocía los entresijos del país al
dedillo, o al menos eso parecía. Mucho
más contento el taxista, que ya tenía en su bolsillo el sueldo de todo el día
sin apenas haber comenzado la carrera.
El taxi se detuvo frente aquel
afamado restaurante que terminaban de inaugurar. Ya había comenzado a entrar
gente elegante con cara de satisfacción y aspecto de estar muy bien alimentada,
con trajes bien planchados y aspecto de ser nuevos, no como el de él que
llevaba algún remiendo que otro y los puños y cuellos de la chaqueta
desgastados. Mientras que ellas engalanadas con vistosos vestidos y joyas, con máscaras
de maquillaje que al marciano le parecieron ridículas. Ellas y ellos hablaban
de naderías y de algo que llamaban arte y cultura, un arte desconocido para el
marciano, por lo cual preguntó al taxista.
—Eso no es arte ni cultura, es
tortura, meten a criaturas en una plaza, miré usted —señalando una plaza de
toros, y pensando «habla como
uno de Cuenca, pero parece extranjero, está en Babia, hace unas preguntas tan
tontas» — y allí
primero les clavan banderillas afiladas, cuando tienen al animal agonizante, un
torero vestido con un ridículo disfraz de luces, lo tortura hasta matarlo…
—¿Así se divierten? —Preguntó, pero
pensó «¿Me he
equivocado de siglo? He llegado a la Roma de principios de la era cristiana.
—Mucha gente, ellos en los palcos a
la sombra, y a los pobres que les gusta esa salvajada al sol, con eso los
distraen y no piensan. ¿A usted no le gustaran los toros…? ¿verdad?
El marciano negó con la cabeza, y
el taxista, le explicó cosas referentes a los toros, el circo y el pan, tampoco
se adentró mucho en la cuestión, puesto que el marciano por las mesas
comenzaron a aparecer manjares que nadie tocaba, como si esperaran a alguien. Se quedó anonadado y se dispuso a regresar a
su planeta dispuesto a informar del magnífico sistema de gobierno que había en
la tierra, y más concretamente en aquel Reino, con excepción de esa salvajada a
la que llamaban cultura, cuando en realidad era tortura.
Quienes entraban en el restaurante
se iban sentando en sillas alrededor de las mesas. El marciano estaba anonadado
ante tal despliegue de comida que, como ya he dicho, nadie tocaba a pesar de lo
suculentas que eran las viandas.
«Con lo que hay en una mesa a buen seguro de
que en mi planeta comerían, más de cien personas, y a buen
seguro, que ya habrían comenzado a comer, siendo que están todas las mesas
ocupadas menos una.»
Entonces
se fijó en una docena de limpiabotas que con ropa humilde y una maleta de
madera entraban en el restaurante y se ponían en cuclillas ante elegantes
señores, comenzando a sacar lustre a los zapatos de los futuros comensales a
cambio de unas perrillas, que algunos en lugar de dárselas en la mano, las tiraban
al suelo entre risas de quienes estaban sentados, incluso algunos, sin que les
limpiasen los zapatos tiraban monedas al suelo. No solo perrillas, también
algunas croquetas para que, como perros, fueran tras ellas los limpiabotas. El marciano se enfureció ante lo que estaba
pasando, a pesar de ser un ser pacífico. Entonces quiso comprobar si eso le
ocurría solo a él y los terrestres sentían igual de indignación, y le dio esa
posibilidad ver también a través de las paredes al taxista y así comprobar su reacción.
Vieron en los fogones sudorosos
cocineros y pinches preparaban la comida soportando los gritos desaforados del
dueño del restaurante, mientras que unas mujeres, con las manos comidas por los
detergentes, lejías y estropajos, con gesto dolorido, por culpa del dolor de
riñones, fregaban los pocos platos que comenzaban a llegar con comida, y sin
apenas tocarla iban a la basura directamente. El marciano se extrañó de tal
desperdicio, puesto que, según sus noticias en ese país la gente pasaba hambre
y necesidades. Mientras que el taxista se relamía:
—Madre del amor de Dios, que
gambas, que cigalas, jamoncico del bueno…si mis hijos lo pillaran…
—Dime, buen hombre, quiénes son esa
gente que hay dentro, capaz de hacer lo que están haciendo…
—¿Quiénes van a ser? Los que no
pegan un palo al agua, las garrapatas —dijo guasón el taxista, mirando como un
plato de croquetas era echado a la basura.
—No entiendo lo que quieres decir,
¿no son personas, son garrapatas capaces de adaptar su apariencia a la humana…,
ahora lo comprendo —dijo encogiéndose de hombros el marciano que había adoptado
bien los gestos y forma humanos.
El taxista lo miro ahora como
diciendo:
«Este tío está majara perdido»
Sin embargo, dijo:
—Pues quienes no trabajan. Son
personas que tienen la misma función en la sociedad que las garrapatas, vivir
como parásitos de los demás.
—¿Y vuestros gobernantes y
dirigentes no dicen nada? ¿Vosotros no protestáis?
—Nuestros dirigentes son también
garrapatas — señalando a uno —. Miré, ese es el primer ministro, abogado,
notario, diplomático, registrador de la propiedad…
—Tiene mucho mérito, debe ser muy
inteligente, habrá tenido que estudiar mucho para conseguir tantos títulos
académicos…
—No hombre no, a los que mandan, en
las universidades, a cambio de subvenciones y nombramientos, en este país los
títulos se los regalan…, mientras que a los hijos de los pobres no nos dejan
estudiar o nos ponen unas tasas universitarias que la mayoría no podemos pagar,
a no ser que dejemos de comer…
En ese momento llegó en un coche
con banderines y escolta, cierto personaje no muy agraciado y con una nariz que
de haber sido pescador no habría necesitado caña, que, al entrar, todos los
comensales se levantaron y le hicieron la reverencia con baboseo evidente,
tanto que el personaje estuvo a punto de resbalar de mojado que estaba el suelo.
—¿Y ese otro al que todos hacen la
reverencia? —preguntó el marciano
señalando al individuo en cuestión.
—Ese el parásito mayor del Reino, la
garrapata padre, el más ladrón, el más putero y sinvergüenza, quien nunca ha
trabajado en su vida, ni él ni ninguno de sus ancestros, quien vive como una
garrapata desde antes de nacer...
—Pero debe ser muy inteligente para
que todos le rindan pleitesía…
—¡Qué va! A ese el título se lo
regalan por haber nacido de un determinado coño, no necesita ningún otro título
o saber. Aunque fuese el más torpe del mundo, se elogiaría su sabiduría, si
fuese, que lo es el más ladrón del reino, se alabaría su honradez, se le
considera el más casto y puro a pesar de que es el más putero, putas que
pagamos todos…
—¿Y los tribunales de justicia no actúan,
el pueblo no actúa?
—Los tribunales sí, a quien lo
critica lo meten en la cárcel, a él, aunque robe, mate, prostituya o deje hijos
abandonados en cada esquina, no le pasará nada, su persona jurídicamente es
inviolable…
—Pero al menos, si las garrapatas,
si quiénes no trabajan viven así… ¿cómo viven quienes trabajan? —preguntó con
gran asombro el marciano.
—Espere usted un poco, y lo podrá
comprobar.
—Vamos dentro y tomamos algo, yo
convido —dijo el marciano, sacando el resto de los billetes.
—Con ese aspecto de dependiente de
comercio, y con mi uniforme de faena no nos dejaran entrar —se rio el taxista.
Tal y conforme dijo, así fue, no
les dejaron entrar.
De inmediato, casi a empujones, fueron
expulsados los limpiabotas. Curiosamente ninguno se marchó a su casa, sino que
espero en las cercanías. El marciano
pudo comprobar, que ahora en masa, algunos platos llenos de sabrosos manjares
eran arrojados a la basura. Cuando estuvo el cubo lleno, dos pinches sacaron el
cubo de basura a la calle, de inmediato la media docena de limpiabotas se
abalanzaron a rebuscar en cubo, casi pegándose entre ellos, que comenzaban a
guardar comida en un apartado del maletín de limpiabotas, al tiempo que de vez
en cuando no podían evitar llevarse una porción de comida a la boca.
—Así viven quienes trabajan en este
reino…
Al marciano salió corriendo hasta
su platillo volante y creo que ya no se le ha vuelto a ver.
Así como ese marciano me he
encontrado yo hoy al poner el telediario después de una semana sin ver la tele.
Lo último que vi fueron las noticias sobre un tal Juan Carlos de Borbón, con
ciertas semejanzas más que evidentes con sus ancestros (quien a los suyos se
parece honra merece, dicen en mi tierra).
La noticia principal con la que abrían el noticiario, era que el hijo
del heredero del dictador, estaba de vacaciones en Mallorca y que su hija,
había pronunciado sus dos primeras palabras.
Como a los quince minutos todavía continuaban con babeante murga los
locutores, ante el riesgo de que se me inundase la casa de babas, he apagado el
televisor, con la pena de no tener un platillo volante y escapar de este podrido
reino que babea sumiso, sin importarle que quien vive lo público esté exento de
rendir cuentas ante la justicia, porque así deciden babeantes siervos.
©Paco Arenas
©Lágrimas secas
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