miércoles, 22 de mayo de 2019

Cuenca...estampa reflejada en nuestras pupilas



Amar la Tierra, la propia, como si fuese la tierra prometida, por mucho que ajena sea la que pisas todas las mañanas, y la que te cobija todas las noches.

Cuenca reflejada en nuestras pupilas como árboles en el Júcar, o nuestra propia imagen que sueña más que recuerda el sonido estridente de las campanas, porque en Cuenca todavía suenan las campanas en las largas tardes de verano, en las frías madrugadas de invierno.

Cuenca, siempre Cuenca, con todo ese espíritu castellano, ese acento a veces duro, en ocasiones dulce, y casi siempre con un doble sentido que despista el forastero. Cuenca tierra intima como la alcoba de los recién casados con la esposa ya en estado de buena esperanza, celosa del fruto de su vientre, pero que ha de dejar las sábanas manchadas. 

En Cuenca suenan las campanas y el repique llega hasta tierras lejanas, donde se le echa de menos cada mañana.  

Que nadie me pida, ni siquiera me diga que escoja entre el sueño y el deseo, entre el estar y el querer, porque Cuenca lo es todo, hasta en sus vaciadas entrañas, que, aunque calla no otorga, ni se pone de rodillas llorando sus penas. Cuenca es más que un esqueleto del pasado, más que un trozo de la olvidada Castilla, Cuenca es agua y es rabia, que calla y obra al repique de las campanas.
©Paco Arenas

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