domingo, 13 de diciembre de 2015

Pan, mortadela, memoria y dignidad (relato)


Aquella noche, a José, la sonrisa se le dibujo en el rostro. Al abrir el contenedor de basura del supermercado, una pieza de mortadela siciliana caducada y un paquete de pan de molde humedecido, le hicieron dar gracias a Dios.

 Esa a noche cenaría. Asomaría la cabeza a la esperanza, no de una vida mejor a medio largo plazo, que los candidatos electorales prometían para el futuro del país, hace tiempo que perdió esa esperanza, era una esperanza a muy corto plazo, esa noche cenaría.  Sus tripas cada día menos acostumbradas a recibir alimento, no se resignaban y por la noche entre el polvo y la humedad del suelo, protestaban más que el duro suelo del cajero automático donde solía dormir en las noches de invierno. Solo tres años antes era un hombre feliz, casado y con una familia. Un mal día de diciembre, lo llamaron al despacho de la empresa, allí le esperaba el gerente y el responsable de recursos humanos. Ambos tenían cara de circunstancias, no obstante lo recibieron de manera muy amable.

—José, ¿sabes por qué te hemos hecho llamar? —Pregunto el responsable de recursos humanos.

José podía imaginárselo, al menos debiera haberlo imaginado, desde que se aprobará aquella nefasta reforma laboral, más de un tercio de la plantilla había sido despedida en los meses previos. No porque hubiesen disminuido los beneficios empresariales, o no hiciesen falta esos recursos humanos, porque de inmediato comenzaron las horas extras impagadas o pagadas, según la categoría a precios ridículos. Recordaba que después de aquellos despidos masivos el gerente les dijo:

—En los tiempos que corren es necesario trabajar más y cobrar menos. Las cosas están muy mal. Cuesta mucho competir, pero al menos vosotros, gracias a los esfuerzos y sacrificios que estamos haciendo entre todos, empresa y trabajadores, podéis estar tranquilos. Ya no son necesarios más ajustes, la empresa es viable y si Dios quiere, muchos podréis estar en ella hasta vuestra jubilación.

No eran tiempos de huelgas, la rabia se dosificaba con sordina en la barra de los bares, y cada vez más en los hogares. José veía a sus compañeros despedidos, avergonzándose, y a la vez, sintiéndose afortunado de seguir trabajando, más horas y con menos sueldo. Como cerdo asado en un horno que mira sonriente, por tener la cabeza dentro y no en las brasas.

Ahora era él, quien estaba frente al gerente y el responsable de recursos humanos, quien ya quemado, estaba a punto de salir del horno para caer en las brasas para ser churrascado. Salió del despacho con la mirada perdida, era incapaz de asimilarlo, de creerlo. Incapaz de ir a su casa de enfrentarse a su mujer e hijos, caminó por la ciudad como figura sombría a punto de asfixiarse, encerrado en una pesadilla, pisando un asfalto que no sentía bajo sus pies, chocándose con las farolas, con otros transeúntes, que ajenos caminaban colgados de sus móviles, tropezando a cada paso contra las sombras imaginarias que le esperaban a la vuelta de la esquina.  Notaba como punzantes zarzas se enredaban en sus piernas, y un estrepito sangriento brotaba de su piel hacía el exterior, explosionando al mismo tiempo en su interior, hasta reventar sus pensamientos, su cerebro, sus sentidos.

Al llegar a su casa, todos lloraron juntos, no había resquicio para la esperanza, en los últimos meses la noticia era esa, despidos, despidos y despidos. Al día siguiente regreso a para seguir trabajando los días que le quedaban. Se sorprendió que un vigilante de seguridad lo acompañase en todo momento, desde que traspasó la puerta de la empresa. En recepción le comunicaron le habían dado vacaciones para que no volviese los quince días que le quedaban de trabajo. Que podía recoger sus cosas. Algunos compañeros se acercaban, otros ante la presencia de vigilante, ni siquiera, miradas dolorosas de ahorcados que esperan su turno para subir al cadalso le seguían.  Quiso ir a hablar con el responsable de recursos humanos, el porqué de esa vigilancia, de esas vacaciones, si él quería trabajar el tiempo que le quedaba.

—José, es por ti. No queremos hacértelo más duro. Además en unos meses volverás a estar con nosotros. Tú vales mucho, y la empresa no puede permitirse el lujo de estar mucho tiempo sin tus servicios…Ya verás, en unos meses estarás con nosotros… —le dijo en un tono tan amable como falso.  

El subsidio no dura eternamente, y después de los seis primeros meses de búsqueda incansable de trabajo, la prestación no llegaba para pagar ni la hipoteca del piso. Entonces llegaron los impagos de los recibos de luz, del agua, los cortes de suministro de luz, los enganches ilegales, y por último los impagos de la hipoteca. Entonces legalmente le robó el piso la entidad bancaria con la complicidad del gobierno y las fuerzas policiales. Se fueron a vivir a casa de sus suegros, donde pronto vinieron las desavenencias familiares. Se vio en la calle…

Aquella noche cenaría. Se sentó en el banco del bulevar, frente al cajero del banco donde todas las noches dormía. Sonreía con su preciado botín, utilizando a modo de mesa sus propias piernas. Sobre las que colocó un periódico, también caducado, en el que se podía leer el eslogan de un partido político:

“España en el buen camino”.

—Paparruchas —masculló, sacando la navaja y comenzando a cortar la mortadela.

 Hacía frío; pero él, esa noche intentaría ser feliz.

 Esa noche cenaría.

Había más bullicio del habitual en aquel bulevar central, era vísperas de Navidad.  Las calles ya estaban adornadas con las luces Navideñas. Algunos transeúntes, alegres e indiferentes, pasaban por su lado cargados con bolsas y regalos. Otros, al pasar junto a él, se detenían unos instantes, y, desviaban ligeramente el camino, aligerando el paso, algún niño, incluso le dijo:

— ¡Que aproveché! Y él, con una sonrisa le daba las gracias, mientras su madre, sin mirar, estiraba de su mano. Acostumbrado, él sonreía.
Esa a noche cenaría.


Por allí pasaba la caravana electoral del partido gobernante, el mismo que había propiciado la reforma laboral que lo tiro a la calle, el mismo que con su complicidad había propiciado que la entidad bancaría, en la que ahora dormía en un cajero, le robase su vivienda, el mismo presidente que con sus políticas le había robado su vida, su familia, su ilusión y esperanza de futuro. Iba andando, a paso ligero, él que siempre se dirigía al país a través de un televisor de plasma, estaba a pie de calle, repartiendo globos azules y blancos, caramelos, paraguas chinos, y bolígrafos, que no escribían. Por el asfalto marchaba la caravana y por el bulevar, acompañado de otros candidatos secundarios y múltiples guardaespaldas, marchaba sonriente el presidente, el candidato a la presidencia. Junto con otros repartía y daba en mano, junto con las baratijas,   sobres blancos para el Congreso y canelas para el senado, a los paseantes y las parejas de novios que estaban sentadas en los bancos. El candidato se acercaba a los transeúntes y se paraba a hablar con ellos, estrechando la mano de todos aquellos que no se la negaban, que algunos lo hacían, mientras que otros le pedían hacerse un selfie, que él, encantado lo aceptaba sonriente.


José permanecía ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor, meneaba la cabeza, pensando, que tal vez debería haberse colocado ese día en otro lugar con menos bullicio. El candidato lo vio, y dudo si acercarse a él, pero alguien le invito a hacerlo, para de inmediato sacar las cámaras para inmortalizar el momento, que el votante viese, que era un presidente del gobierno que se preocupaba por la gente, aprovecharía para decir una frase grandilocuente que todos los medios de comunicación pagados por el Régimen sacarían en sus portadas, saldría su foto al lado del mendigo, con el siguiente titular.


“El candidato promete, durante la próxima legislatura, erradicar la pobreza de España”


Mientras se posicionaban fotógrafos y cámaras, el candidato ensayó una sonrisa que pretendía ser cercana y considerada. Se acercó a José, con los guardaespaldas dispuestos a intervenir por si fuese preciso.  José continuó su cena, ajeno a la maniobra. El candidato, dudó, agitó los sobres casi en las mismas narices del mendigo. Este miró los sobres y vio la mano tendida del candidato, y los fotógrafos expectantes para captar el momento. Insistía el candidato con su sonrisa acartonada y su mano extendida en estrechar la de José, pero este la rechazo.

—¿Para qué quiero estos sobres?

—Para votar —respondió el candidato.

—¿Para votar?¿Yo? Si no tengo nada…

—Solo necesitas el carné de identidad —le cortó el candidato.

—Lo tengo —dijo sacándolo de un bolsillo de su chaqueta, tres tallas mayor de la que le correspondía.

—En ese caso, puedes votar —dijo el candidato ofreciéndole de nuevo los sobres.

—Sí, votaré, porque tengo el carné de identidad, pero sobre todo porque tengo memoria. Váyase usted a la puta mierda —dijo José, mirándolo desafiante.

Los guardaespaldas fueron a intervenir, pero hubiese dado mala imagen. De repente, José cogió los sobres, los abrió con sumo cuidado, sacó los papeles, ya vacíos miró en el interior, no había nada más. Pausadamente, los rompió delante del candidato y los tiró a la papelera, escupiendo sobre ellos.  Después se encamino a la fuente y se lavó las manos. Los guardaespaldas del candidato fueron a decir algo.

—Los últimos sobres que me dieron, tenían dinero dentro, dinero que ganaba con el sudor de mi frente, a otros, se los daban por otros motivos — comenzó, mirando fijamente al candidato —no necesito sus sobres, porque junto con el carné, en estos bolsillos rotos— dando la vuelta a los bolsillos del pantalón —tengo una dignidad más grande que la memoria.

Se sentó y continuó su pobre cena, miró el titular del periódico que le servía de mantel: “España en la buena dirección” y la foto del candidato. Hizo un gesto de asco, mientras que el candidato se daba media vuelta y daba órdenes a la policía que limpiasen las calles de mendigos, hasta después de las elecciones.

Y la caravana electoral continuó su machacona marcha alternando frases grandilocuentes y alegres villancicos.

Aquella noche, José durmió con calefacción...en la celda.

©Paco Arenas


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