viernes, 1 de julio de 2016

El Lazarillo de Tormes - La segunda parte (Amberes 1555) CAPÍTULO XII

 De nuevo traigo capítulos de La Segunda Parte del Lazarillo

Decir a todos los amantes de la literatura clásica que el libro más prohibido de la historia de España es precisamente este La segunda parte del Lazarillo de Tormes (Edición de Amberes de 1555) Un auténtico desconocido incluso para muchos profesores. Sabía que existía, hace referencia Don Juan de Luna en su edición de 1620, pero no lograba encontrarlo. Cuando lo encontré me resulto casi imposible leerlo, tras una ardua tarea conseguí "traducirlo", adaptarlo al castellano actual.
Es un libro bastante interesante que todos los aficionados a la literatura clásica deberían conocer, no solo por ser un gran clásico de nuestra literatura, sino porque quienes quisieron que esta segunda parte desapareciese de la historia para siempre, estuvieron a punto de conseguirlo, el único modo de que no lo consigan, es difundirlo.

     Aquel día y la noche siguiente permanecimos en el monte bastante cansados de tanto ajetreo; al día siguiente la señora capitana con sus damas regresó a palacio. Y por evitar redundancia, el señor nuestro rey estaba ya bastante menos enojado, entre otros motivos porque gracias a la muerte del traidor aumentaron inmensamente sus riquezas, y la recibió muy bien, diciéndole:
—Buena señora, si todos mis vasallos tuviesen tan cuerdas y sabias hembras, seguro que sus bienes y honra aumentarían y yo me tendría por el más dichoso de los reyes.  Digo esto porque en verdad, viendo vuestra cordura y sabias razones, habéis aplacado mi enojo y librado a vuestro marido y sus secuaces de mi ira. Y porque de ayer acá estoy mejor informado de lo que estaba. Decidle que le doy mi palabra para que venga a esta Corte, seguro él y toda su compañía y amigos. Pero mientras tanto por evitar escándalos, por la presente, le ordeno tenga por posada la cárcel hasta que yo decida otra cosa. Y vos podéis visitadnos a menudo, porque gozo mucho en ver y oír vuestro buen concierto y razonamiento.
     La señora capitana le besó la cola, dándole gracias de tan tales mercedes como muy bien supo, y así regresó muy alegre con su respuesta, aunque a algunos les pareció que no lo debíamos hacer, diciendo que era una estratagema para cogernos prisioneros, por no ser los reyes muy dados a cumplir su palabra y al tener la sangre del mismo color que las babosas de la tierra, solían ser como ellas, traidoras y rastreras. 
Como leales súbditos, acordamos cumplir el mandato de nuestro rey, insistiendo en la necesidad de confiar tanto en sus palabras como en las palabras que salían de nuestras bocas aunque nuestra lealtad pudiese ser traicionada.  Nos marchamos para la ciudad y entramos en ella acompañados de muchos amigos, que entonces se nos mostraban como tales, por ver nuestra actuación bien hilada y justa, pero que antes de esto no osaban declarar su simpatía por nuestra causa, conforme al dicho del sabio antiguo que dice así:
—Cuando la fortuna llega trayendo adversidades, espanta a los amigos que pasan a ser fugitivos, mas la adversidad muestra a quién realmente te quiere y quién no.                   
     Nos instalamos en las afueras de la ciudad, en el paraje más despoblado que hallamos, donde estaban muchas casas sin moradores, en las cuales nosotros tomamos vivienda.  Allí nos aposentamos lo más agrupados que pudimos, y ordenamos que no saliese a la ciudad ninguno de nuestra capitanía, por demostrar nuestra buena disposición a obedecer lo que su majestad había decidido.
En estas entremedias, la señora capitana visitaba cada día al rey, con el cual trabó mucha amistad, más de la que yo quisiera, aunque todo, según parece, fue agua limpia, pagando la hermosa Luna con su inocente sangre, gentil y virginal cuerpo la prenda necesaria que el rey hubiese deseado de nuestra capitana. Porque ella iba con su hermana a aquellas audiencias, y como suelen decir:
—De tales romerías, tales medallas.
Al rey se le gusto tanto la bella Luna y sabiendo que su cuerpo no había sido tocado por atún alguno, a pesar de tener esposas y entretenidas, procuró con su voluntad, agasajos y promesas, conseguir su amor, y bien creo yo, que la hermosa Luna no lo hizo por consejo y parecer de su hermana.  Sabedor el buen Licio, mi interés por ella me lo confió pidiéndome mi parecer. Yo le dije que me parecía que no era muy equivocado aceptar la propuesta, mayormente que sería gran ayuda para su liberación. Y así fue, que la señora Luna gusto tanto a su majestad y él correspondido, que a los ocho días de su real casamiento, lo que pidiera fue concedido y fuimos todos perdonados.
     El rey liberó a su nuevo cuñado y ordenó que todos fuésemos a palacio. Licio besó la cola del rey, y él se la dio de buena gana, y yo hice lo mismo, aunque de mala gana, en cuanto que como hombre no resulta agradable dar un beso en tal lugar. El rey nos dijo:
—Capitán, he sido informado de vuestra lealtad y de la poca de vuestro enemigo, por tanto, desde hoy sois perdonado vos y todos los de vuestra compañía, amigos y valedores que os prestaron ayuda. Y para que de aquí adelante asistáis a nuestra corte, os hago merced de la casa de quien quiso que la vida perdieses, y os hago merced de nombraros con el mismo cargo que tenía él, capitán general, para que lo utilicéis como bien sabéis hacer.
Todos nos inclinamos ante él y Licio de nuevo le volvió a besar la cola, rindiéndole grandes honores por tantos presentes.  Diciendo que confiaba en Dios y que ejercería su cargo con lealtad, para que su majestad estuviese contento de haber tomado tal decisión.
 Aquel día fue informado el rey nuestro señor, sobre mi persona. Me preguntó muchas cosas, sobre todo con respecto a las armas y cómo había aprendido a manejarlas; y a todo le respondí lo mejor que supe, que al igual que en su momento con el escudero, me guarde lo que me convino en las aguaderas. Finalmente, contento, preguntó con qué número de peces sería capaz de pelear con las armas que traíamos. Yo le respondí:
—Señor, sin contar la ballena, con cualquier pez del mar me atreveré a luchar.
 Asombrado de esto, me dijo que le gustaría que hiciésemos una muestra ante él para ver el modo que teníamos de pelear. Se acordó que al día siguiente se llevase a cabo una demostración y que él saldría al campo a vernos. Y así fue que Licio, nuestro nuevo capitán general, yo y los demás salimos con todos los atunes armados de nuestra compañía. Ordené aquel día como novedad la invención en el mar, lo que en la tierra es habitual, de formar por escuadrones y así desfilamos ante su majestad. Y aunque el coronel Villalba y sus compañeros lo debían hacer mejor y con mejor concierto, como no habían visto nunca soldados formados en escuadrones, les pareció que veían una cosa maravillosa.
     Después hice un escuadrón con toda la gente, poniendo los mejores y mejores armados en las primeras filas, y órdenes a Melo que con todos los desarmados y con otros treinta mil atunes saliesen a hacer escaramuzas con nosotros, los cuales nos cercaron de todas partes, y nosotros muy en orden, el escuadrón bien cerrado, comenzamos a defendernos y herir y ofenderlos de manera que no bastara todo el mar para entrarnos a atacar.
     El rey vio que le había dicho verdad y que de aquel modo no podíamos ser atacados, y llamó a Licio y le dijo:
—Maravillosa manera se gasta vuestro amigo con las armas; me parece que con esta manera de pelear puede hacerse señor de todo el mar.
—Sepa vuestra majestad que esa es la verdad —le dijo el capitán general —y cuanto al buen hacer del extranjero, mi buen amigo, no puedo creer sino que Dios le ha mandado, y que lo ha traído a estas partes para honra de vuestra majestad y aumento de sus reinos y tierras. Crea vuestra grandeza que lo menos que en él hay, es esto, porque son tantas y tan excelentes las cualidades que tiene, que nadie puede llegar a conocer todas: es el más cuerdo y sabio atún que hay en el mar, virtuoso y honrado, de más verdad y fidelidad, el más gracioso y de mejores maneras, yo jamás he oído o visto otro igual. Finalmente, no piense vuestra majestad que me hace decir esto por la voluntad que le tengo, sino por ser la verdad.

—Por cierto, mucho debe a Dios —dijo el rey—un atún que así le dio sus dones; y si además me decís que es de ese modo, justo es que le honremos ya que ha venido a nuestra Corte. Quisiera saber si él querrá quedarse con nosotros, rogádselo de vuestra parte y de la mía, que podrá ser no se arrepienta de nuestra compañía.

 © Paco Arenas 

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