Nunca un verso, ni mil
derribaron a un tirano de su trono,
ni los juncos del río
se doblegaron a su paso,
por mucho que tengan sus raíces
hundidas en el barro.
Nunca una torre, ni la más débil,
fue derribada a huevazos,
ni sus campanarios fueron lengua
del hambriento,
por mucho que Jesús naciese en un
pesebre.
Nunca Judith antes uso la espada,
hasta que decapitó a Holofernes.
No fue el filo,
sino la desesperación
quien cortó la cabeza al tirano.
La codicia del poderoso
crea la insolencia del hambriento,
moldea el barro,
afila la espada
y derriba las más altas torres a
huevazos,
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