miércoles, 10 de abril de 2024

Las cebollas de Marcos (basada en hechos reales)

 



Dedicado a los agricultores y a las víctimas de los especuladores

Era un viernes de finales de julio, cuando el sol se pone más perezoso que un borrico a la sombra de una higuera comiendo brevas. Marcos, que había estado toda la semana cosechando cebollas como si fueran setas después de la lluvia, no había llevado ni un carro al almacén. Las mulas, tan cansadas como él, estaban aún uncidas con los pertrechos, mirando el carro como si fuera un monstruo de siete cabezas, al que el campesino no se decidía a enganchar..

 

Con la parsimonia de quien no tiene prisa ni para rascarse, Marcos se enrolló un cigarrillo con dos papelillos, que parecía más un puro de ministro que un canuto de hebra. Encendió el cigarro y, tras dos bocanadas que parecían nubes de tormenta, regresó el humo con el aire de solano nublando sus ojos. Se quitó el sombrero para espantarlo como quien se libra de un nido de avispas y se sentó en el poyo, contemplando cómo el humo bailaba con el aire caliente con mejor ritmo que el alcalde de Madrid bailando el chotis.

 

De repente, apareció Julián, corriendo como si llevara el diablo detrás, faltándole hasta el resuello como si llevará la corbata en la boda de su amada, que se casaba con otro y a él le tocaba hacer de padrino.

 

—¡Julián, hombre! ¡Respira! Que pareces locomotora sin frenos y a ti no te han invitado a la boda. No puedes ir así, te va a dar un apechusque y no te va a valer ni lo más sagrao…

 

—¡Ay, Marcos! Muy tranquilo estás tú. Vengo to sofocado, que no me llega la camisa al cuello. Elías, el del almacén, me ha dicho que te diga que solo recoge cebollas hasta el viernes. Y tú, que llevaste una carga el lunes, no has vuelto a aparecer, ni para cobrar, y tu hermano Jonás tampoco.

—Ahí andamos disgustados, él ahí en porche y yo aquí en la puerta echando humo y pestes…

—¿Tú y Jonás enfurruñados? No me fastidies. Pues estamos apañados, porque los de los supermercados están también que trinan. Dices que si no lleváis las cebollas os van a poner la cara colorada y vais a tener una miaja disgusto, por incumplimiento…

Marcos se quitó la gorra y se rascó el cabeza apesadumbrado. Precisamente había discutido con su hermano Jonás por el mismo motivo.

—Pues que esperen sentados, que mis cebollas no están para carreras y me las lloro yo sin nadie que me las arrime al lagrimal…, que para eso estoy tuerto de un ojo…

—Pasa, Julián —se escuchó la voz grave de Jonás desde el interior del porche —, que se te van a secar los sesos al sol, que aquí tengo una botella de vino y unos pocos cacahuetes y garbanzos tostados para hacer boca y discernir mejor. Si mi hermano quiere pasar, que pase, sino que se seque como las cebollas en la era.

Pasaron los dos, Jonás, tal y conforme dijo, estaba con una botella en la mano, que se la ofreció al recién llegado.

—Anda, siéntate. Tú bebe a galillo, que tenemos solo dos copas, que esto va para rato…

—¡Hostica consagra! Te veo a ti aún con más melsa que un gato en el sillón del Congreso de los diputados —dijo a modo de saludo Julián.

—Y tan ancho como pavo real en el corral. ¿Para qué me voy a poner nervioso si mi hermano está muy convencido y no hay forma de que entre en razón…

 —Antes de malvender mis cebollas o mis ajos al almacén por seis reales —cortó Marcos a su hermano Jonás —, me quedo al lado de la lumbre hasta que me salgan cabrillas en las piernas y estamos a principios de verano…

—Y pierdes todo, ¡alma cántaro! —Le interrumpió a su vez Jonás a su hermano Marcos, mientras Julián echaba un trago de la botella de vino —. Sacar algo sacas. Las cebollas ya las tenemos cogidas, aquí se pudren…Sino podrás pagar ni la luz…

—Atiende a razones, Marcos. Tú hermano es mayor y habla con la voz de la razón —dijo Julián, echando otro trago de vino e intentando hablar pausadamente, como si fuese un cura leyendo las escrituras —. La vida es así, el campesino se lleva poco, pero es su misión y si no quiere eso, más vale que se haga ermitaño.

 —Pues me hago ermitaño. Si no puedo pagar la luz, enciendo un candil, si me da hambre, como cebollas y ajos…Y si no a vivir del aire.

 

—No entra en razón. Ya le digo yo que es lo que han pagado siempre… —intervino Jonás.

 

— ¿Cómo voy a entran en razón? A nosotros nos pagan a dieciséis reales la arroba y en el ultramarinos de Tobías, las vende a dos reales la libra... Echa cuantas, anda echa cuentas…

—Si en eso llevas razón, pero con ella te quedas, por lo que tú cobras dieciséis reales Tobías saca cincuenta. Le quedan… —musitó Jonás rascándose la cabeza, mientras parecía hacer cuentas con los dedos tocándose la frente.

—Yo te lo digo. Treinta y cuatro reales, limpios de polvo y paja, por lo menos, que a lo mejor me he equivocado y me he quedado corto —le interrumpió Marcos.

—Eso tampoco es así —intentó razonar Julián —. De esos treinta y cuatro, tiene que pagar el jornal de los dependientes, la luz, los impuestos y algo tendrán que ganar los tenderos, y caras no las pone, que aquí to el mundo tiene bancal...

—Pues mira, yo a Tobías sí le vendería las cebollas, a Elías no —contestó Marcos.

—Tobías no va a comprarte todas las cebollas. Es solo un ultramarinos. Tienes que vendérselas a Elías, al almacén. Te lo está diciendo Julián y te lo digo yo —dijo echando un trago Jonás.

—Pues vende tu parte, yo no. Julián, ¿sabes a cuanto venden las cebollas en los supermercados de la capital? —Preguntó Marcos a su hermano y a su amigo —. A diez reales, a medio duro…—se contestó así mismo antes de que los otros respondieran.

—¡Espera, espera! Epifanio me dijo que entre diez y quince reales, pero el kilogramo —aclaró Julián.

 

—Pos eso, por lo que a nosotros nos pagan cuatro reales y medio por un kilo, lo venden en los ultramarinos de la capital por ciento cincuenta reales o más. El año pasado lo vendían por cien reales, han subió un cincuenta por ciento a la gente…y encima sale el de Mercaroba diciendo que han ganado una burrada, ¿cómo no han de ganar si por lo que nos pagan dos reales, lo venden por doscientos? Pues no me da la real gana —continuó alterado Marcos.

—Así es la vida, Marcos —sentenció Julián —. Ya lo sabes, tú a arriñonarte con la azada y ellos con las manos limpias a llenar la caja. Pero tú has firmado un contrato. Si no le vendes las cebollas a Elías, te va a costar los cuartos. Soy tu amigo y él es tu hermano, haznos caso…

—¡Ea, pues que no! Que no me sale del forro llevarle mis cebollas al cantamañanas de Tobías, que es crápula a costa nuestra y menos al almacén para que las venda el de Mercaroba..

—¿Por qué esa terquedad? No seas calamocano, que te has pasao con el vinillo y vas a tener que echar muchas cebollas al caldero.

—Porque de mí no se ríe ni mi madre, que Dios la tenga en su gloria. Que te diga mi hermano. Llevamos las cebollas, y justo llegó el camión que las lleva a Madrid. Elías nos dijo que las cargáramos directamente en el camión. Y delante de mis narices, les firmó el camionero un albarán por valor de mil setecientos reales. ¿Y a mí? Doscientos, y eso que hicimos todos el trabajo, que hasta las cargamos en el camión. Él se llevó mil quinientos limpios por decirnos que las cargásemos… ¡Manda cataplines!

—O lo tomas o lo dejas. Es lo que hay, y no hay nada que rascar.

—Y Elías sin mover un dedo, sin despeinarse. Que no, que no vendo mis cebollas, antes me hago ermitaño…—continuó con su terquedad Marcos…

—O sea, que somos tontos.

—Y tanto, que ahora las grandes cadenas de ultramarinos, en muchos sitios, lo compran a precios de saldo en el campo y lo venden a precio de caviar…, y si hubiera vergüenza…

—Pues eso, que somos tontos y ellos son unos mangantes…

—Tú lo has dicho. Con lo buena que es la cebolla y lo que nos va a hacer llorar.

—¿Y si cogemos un carro y nos vamos a vender cebollas a la capital, puerta por puerta?

Dos días después en la Gran Vía de Madrid detuvieron a tres campesinos por obstrucción al tráfico y disturbios públicos por ir vendiendo cebollas, ajos y patatas al diez por ciento de lo que costaban en los supermercados de la capital…

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© Paco Arenas, 10 de abril  2024

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