lunes, 1 de abril de 2024

Y tú, ¿qué opinas de los ajos y el consejo que da Don Quijote a Sancho? Donde se explica cómo conoció Don Quijote a Aldonza Lorenzo (desde entonces, su Dulcinea)

Don Quijote oliendo el ajo antes de conocer a Dulcinea

 

Donde se explica cómo conoció Don Quijote a Aldonza Lorenzo (desde entonces, su Dulcinea)


En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero olvidarme, hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Él de estirpe tan ilustre como su ingenio, se encontraba sumido en una disquisición de suma importancia: el valor del ajo en la mesa y en la vida del hombre de bien.

Todo por culpa de encontrarse con mi padre, Fermín el de Arenas, que al igual que Sancho Panza, era de pocas letras y muchas palabras.

—¿Qué le dice a mi amigo Sancho? ¿Qué majadería es esa de que no coma ajos ni cebollas, para que no saquen por el olor su villanería…

—Solo los villanos comen ajos y cebollas…

—No me fastidie, vuestra merced, que come olla de algo más vaca, hueso diría yo, que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, eso si alguien lo caza, porque no será que el licenciado Pedro Pérez, le convida a muchos, y eso que el campanario lo tiene lleno…

—Acaso, villano, ¿pretendes decirme a mí lo que debo comer, o a lo que el cura Pedro Pérez me ha de convidar?

—Este Villano, a mucha honra lo es. ¿no es acaso Madrid una villa y corte, y Pinarejo, desde aquel glorioso día de julio, también? ¿No fue acaso en una villa donde se dice que vio la primera luz su escudero fiel, amante del vino y del ajo, Sancho Panza? Sí, Villano, soy, sembrador de ajos y de cebollas, bodeguero que con sus pies desnudos, pisa la uva y saca del fruto la sangre de la vida, que es el vino…Jesús, dicen que transformó el agua en vino…

—¡Majadero! ¿Lo dudas? Cuestionar que el agua se pueda transformar en vino…Sí, digo Majadero, una y mil veces…

—¿Majadero?

—Sí, majadero que pretende malear a mi buen amigo Sancho... ¿Qué es eso, que huele tan bien? A fe mía que huele a cabritillo tierno…

—No. No es cabritillo tierno. Es duro cordero pascual, que con el vino que sale de mis pies y los ajos de mis surcos, se vuelve más tierno que un cabritillo recental...

—No me haréis caer en la tentación con ese aroma que invita a pecar, es Viernes Santo...

—Venga conmigo, deje la zafa de Mambrino y coja este sombrero de paja, que sombra el guindo tiene todavía poca..., estamos en abril y salen las flores pero le falta el verde y las ramas están tiernas como para subirse a ellas…

—Yo no me he caído de ningún guindo, como pretendes insinuar, ¡bellaco!

—Vuestra merced se equivoca en mis torpes palabras. Me pasa lo que a Sancho, pero déjese querer y venga que mi ama tiene la caldereta a punto de quitar de las brasas... Olvide los duelos y quebrantos de su ama, que aunque sea Viernes Santo, por un día que peque, no ha de ir al infierno…

—¿Acaso pretendes condenar mi alma?

—No. Que el cura Pérez está convidado, y ha admitido la invitación como pago de la bula. Yo pongo la caldereta y el cordero pascual, que no cabritillo, y él nos perdona lo que pudiéramos pecar…Además, no se si le suena una tal Aldonza Lorenzo, por prima mía la tengo, también está convidada…

—Si es así, vamos allá…—asintió Don Quijote, olisqueando como el galgo que de la primera página no pasó.

—No es el aroma del ajo apto para el romanticismo. 

—Sí, si los dos son comedores de ajos, y mi prima, más que del Toboso, parece de Las Pedroñeras…

Compartieron caldereta Don Quijote, Sancho Panza, Aldonza Lorenzo, Fermín el de Arenas, hijo de Lorenzo, Vicenta la Ciriaca, que guisó la caldereta, y por supuesto, el cura Pedro Pérez, que con buenas palabras recitó la bula sin que ninguno diera un solo maravedí.

—¡Oh tú, bulboso tesoro de las tierras manchegas! —Exclamó Don Quijote, cuando la caldereta de cordero cató.

Aldonza reía ante las tonterías que Alonso decía y Fermín a Vicenta le decía:

—Ya le digo yo, Fermín, el de Arenas, padre de ese «juntaletras» que esto escribirá, que:

No hay especia como el ajo,

Fruta como el madroño,

Ni mujer que no se ría

Estando delante el novio.

—¡Que la Academia de la Lengua tome nota! —, concluía el caballero don Quijote después de probar la caldereta y conocer a la gran comedora de ajos que era Aldonza —. Las palabras son vivas y cambiantes, como los tiempos y como los vientos que recorren estos campos de Castilla y el ser villano no es malo, y comer ajos... ¡Dios alabado!, ni en Viernes Santo es pecado…

Y Aldonza reía…

Relato improvisado el viernes 29 de marzo de 2024 y terminado el 1 de abril del mismo año por...
©Paco Arenas, autor de las novelas quijotescas: «Los manuscritos de Teresa Panza», y «Águeda y el secreto de su mano zurda»

4 comentarios:

  1. Muy bueno Paco, como todo lo que narras.

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  2. Ojalá vuelvan a ti esos geniales insomnios, capaces de emular a nuestro benemérito caballero don Quijote y rememorar con el aquellos lejanos tiempos transcurridos entre matorrales amarillos de retamas en flor y torbellinos deambulando por las queridas Sierras de Montiel.

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