Don Quijote oliendo el ajo antes de conocer a Dulcinea |
En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero
olvidarme, hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero,
adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Él de estirpe tan ilustre como su
ingenio, se encontraba sumido en una disquisición de suma importancia: el valor
del ajo en la mesa y en la vida del hombre de bien.
Todo por culpa de encontrarse con mi padre, Fermín el de
Arenas, que al igual que Sancho Panza, era de pocas letras y muchas palabras.
—¿Qué le dice a mi amigo Sancho? ¿Qué majadería es esa de
que no coma ajos ni cebollas, para que no saquen por el olor su villanería…
—Solo los villanos comen ajos y cebollas…
—No me fastidie, vuestra merced, que come olla de algo más
vaca, hueso diría yo, que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos
los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos,
eso si alguien lo caza, porque no será que el licenciado Pedro Pérez, le
convida a muchos, y eso que el campanario lo tiene lleno…
—Acaso, villano, ¿pretendes decirme a mí lo que debo comer,
o a lo que el cura Pedro Pérez me ha de convidar?
—Este Villano, a mucha honra lo es. ¿no es acaso Madrid una
villa y corte, y Pinarejo, desde aquel glorioso día de julio, también? ¿No fue
acaso en una villa donde se dice que vio la primera luz su escudero fiel,
amante del vino y del ajo, Sancho Panza? Sí, Villano, soy, sembrador de ajos y
de cebollas, bodeguero que con sus pies desnudos, pisa la uva y saca del fruto
la sangre de la vida, que es el vino…Jesús, dicen que transformó el agua en
vino…
—¡Majadero! ¿Lo dudas? Cuestionar que el agua se pueda
transformar en vino…Sí, digo Majadero, una y mil veces…
—¿Majadero?
—Sí, majadero que pretende malear a mi buen amigo Sancho...
¿Qué es eso, que huele tan bien? A fe mía que huele a cabritillo tierno…
—No. No es cabritillo tierno. Es duro cordero pascual, que
con el vino que sale de mis pies y los ajos de mis surcos, se vuelve más tierno
que un cabritillo recental...
—No me haréis caer en la tentación con ese aroma que invita
a pecar, es Viernes Santo...
—Venga conmigo, deje la zafa de Mambrino y coja este
sombrero de paja, que sombra el guindo tiene todavía poca..., estamos en abril
y salen las flores pero le falta el verde y las ramas están tiernas como para
subirse a ellas…
—Yo no me he caído de ningún guindo, como pretendes
insinuar, ¡bellaco!
—Vuestra merced se equivoca en mis torpes palabras. Me pasa
lo que a Sancho, pero déjese querer y venga que mi ama tiene la caldereta a
punto de quitar de las brasas... Olvide los duelos y quebrantos de su ama, que
aunque sea Viernes Santo, por un día que peque, no ha de ir al infierno…
—¿Acaso pretendes condenar mi alma?
—No. Que el cura Pérez está convidado, y ha admitido la
invitación como pago de la bula. Yo pongo la caldereta y el cordero pascual,
que no cabritillo, y él nos perdona lo que pudiéramos pecar…Además, no se si le
suena una tal Aldonza Lorenzo, por prima mía la tengo, también está convidada…
—Si es así, vamos allá…—asintió Don Quijote, olisqueando
como el galgo que de la primera página no pasó.
—No es el aroma del ajo apto para el romanticismo.
—Sí, si los dos son comedores de ajos, y mi prima, más que
del Toboso, parece de Las Pedroñeras…
Compartieron caldereta Don Quijote, Sancho Panza, Aldonza
Lorenzo, Fermín el de Arenas, hijo de Lorenzo, Vicenta la Ciriaca, que guisó la
caldereta, y por supuesto, el cura Pedro Pérez, que con buenas palabras recitó
la bula sin que ninguno diera un solo maravedí.
—¡Oh tú, bulboso tesoro de las tierras manchegas! —Exclamó
Don Quijote, cuando la caldereta de cordero cató.
Aldonza reía ante las tonterías que Alonso decía y Fermín a Vicenta
le decía:
—Ya le digo yo, Fermín, el de Arenas, padre de ese
«juntaletras» que esto escribirá, que:
No hay especia como el ajo,
Fruta como el madroño,
Ni mujer que no se ría
Estando delante el novio.
—¡Que la Academia de la Lengua tome nota! —, concluía el
caballero don Quijote después de probar la caldereta y conocer a la gran
comedora de ajos que era Aldonza —. Las palabras son vivas y cambiantes, como
los tiempos y como los vientos que recorren estos campos de Castilla y el ser
villano no es malo, y comer ajos... ¡Dios alabado!, ni en Viernes Santo es
pecado…
Y Aldonza reía…
Muy bueno Paco, como todo lo que narras.
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarOjalá vuelvan a ti esos geniales insomnios, capaces de emular a nuestro benemérito caballero don Quijote y rememorar con el aquellos lejanos tiempos transcurridos entre matorrales amarillos de retamas en flor y torbellinos deambulando por las queridas Sierras de Montiel.
ResponderEliminarSe hará lo que se pueda.
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