A ellos a las víctimas de los atentados y a sus familiares que sufrieron por culpa de los miserables que mintieron y trajeron la muerte.
Once de
marzo, amanece sobre Madrid
con el frío en
los andenes de la estación.
La muerte ronda
en los vagones del tren
a obreros y
estudiantes.
¡Ojalá fuese
los culpables!
Ellos, los miserables, ebrios
de sangre inocente
brindan con champan,
mientras los
cuerpos se esparcen
y las rosas
se marchitan.
Doscientos
muertos piden memoria,
mientras los
miserables
esparcen la
mentira
y sus cómplices
fingen estar en Babia.
No hay mayor
sordo que quien no quiere oír,
ni mayor cobarde
que el que espera que pase la muerte
con su ensangrentada guadaña
sin
rozarle la cara, sin hacer nada.
Malditas las
guerras tejidas de banderas empapadas con sangre.
Malditas esas
banderas en las que se envuelven los traidores
en nombre de
la patria,
que se izan
victoriosas después de la matanza.
¡Funesto honor!
¡Victoria miserable!
La del
pueblo que resignado se lame las heridas sin hacer nada.
Malditos
quienes siembran la muerte en tierras extrañas
Provocando la
cosecha mortífera en nuestra casa.
Malditos
quienes asisten indiferentes al espectáculo
De cadáveres
despedazados mirando para otro lado,
Y se escandalizan
con títeres de trapo.
Malditos los
pueblos que consienten, como dóciles corderos,
ser gobernados
por tiranos con las manos ensangrentadas,
humillándose
ante ellos sin clamar venganza.
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