Ver la primera luz de tu vida en silencio, solo roto por la
callada sinfonía del agua contra los cristales y el discurrir del Huécar,
debiera ser un placer que no solo los frailes de San Pablo (ahora parador) debieran tener.
Cuenca es el atardecer de cualquier día de otoño, de
invierno o la primavera, cerca del abismo que supone estar rascando el cielo
con los sentidos, al calor del hogar, al frescor de la lluvia, de la nieve.
Al nacer, al abrir los ojos por primera vez, mirando con un
solo ojo desde el abismo de la curva de la teta, ves otro abismo desde la
ventana tras la lluvia, y cada gota sobre el cristal es un sueño que tendrás,
podrás verlos avanzar, resbalar tras el cristal, incluso avanzar llevados por
la corriente del río, si tu madre se asoma a la ventana para que expulses los
aires. Si entonces, entre palmada y palmada en la espalda, día tras día, año
tras año, los verás disolverse y confundirse con el agua del río.
Y un día, tus labios
no querrán esa teta, y buscarán otros sueños, otros labios donde posar los
besos, los sueños, que, como el agua de la lluvia tras el cristal, se resbalarán
y confundirán con otras gotas, otros sueños, y se disolverán entre las aguas
del Húecar, para pronto, confundirse con las del Júcar…
La lluvia siempre es vida, la vida que es carrera hacia la
meta segura de la muerte, se olvida en su camino de su destino, por desgracia…
¿pero eso que importa ahora? En Cuenca llueve y la lluvia es vida alegría…
Hola,Paco una historia muy buena.Todo tu blog me gusta mucho es muy interesante.
ResponderEliminarBuenas noches Liliana, Muchas gracias. Me alegra que te guste ese pequeño relato o reflexión, escrita de madrugada, y más que consideres interesante mi blog. Te invito a que sigas explorando. Un fuerte abrazo.
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