lunes, 10 de junio de 2024

Los tórridos sueños de Sancho Panza


 

Don Quijote idealizaba a su Dulcinea sin haber catado las mieles del amor. Yo he querido imaginarme a Sancho pensando en la ausencia de su amada Teresa Cascajo, una mujer real de armas tomar. Sancho Panza no sabía escribir, pero he querido imaginármelo, como a mi padre, y a otros campesinos manchegos, siendo capaz de recitar poemas con gran maestría. Espero que os guste. Pero antes vamos a ponerle un poco de humor.

—¡Eh, eh! ¿Sancho, qué haces? —despierta don Quijote alterado al notar que su escudero lo abraza con entusiasmo.

Sancho no despierta, sigue con sus intentos de abrazar a su amo, que por mucho que intenta no logra desembarazarse de los brazos de Sancho, a pesar de que se queda quieto, comenzando a hablar:

—Teresa, ¡oh, esposa mía!

—Que soy tu amo, don Quijote. Mentecato, suéltame o juro por la orden de caballería que profeso, que como tu mano avance te la corto de un tajo con el filo de mi espada —vuelve a gritar con más ganas don Quijote.

Se desembaraza el caballero de los brazos del escudero sin poder evitar que su camisola quede entre los amorosos brazos de Sancho Panza, que de repente comienza a recitar unos versos, provocando que don Quijote se quedase paralizado al escucharlos.


—Teresa, ¡oh, esposa mía! —repite.

Teresa, ¡oh, esposa mía! Ansío ver tu rostro,

pues sin tu presencia, a mi corazón le falta su mitad.

Mírame en la distancia, que tus ojos se crucen con los míos,

no hay bálsamo de Fierabrás que me pueda aliviar tu ausencia.

No me arrepiento del viaje emprendido,

montado sobre estas aguaderas llenas

de inquietudes más duras que los lomos de Rucio

y la armadura de hojalata.

Volvería con las orejas gachas,

como rocín a la cuadra en busca de paja.

Extraño tanto tus manos ajadas

como lo que escondes bajo tus sayas.

¡Maldito el momento en que soñé ínsulas!

No quiero más gobernanzas que la de tus labios en los míos,

y tus prietas piernas cabalgando sobre las mías.

No necesito más dios que tu carne gozosa,

buscando el tesoro escondido, deslizándose sin ruido.

¡Oh, Teresa mía! Tanto me haces pensar,

que veo a mi amo cabalgando sobre Rocinante,

y me parece tu bello cuerpo balanceándose.

Ahogo tu nombre en cada quejido de Rucio y Rocinante,

yéndoseme los ojos en cada talle que se te asemeja.

Querida mujer, amadísima, mi alma insaciable

vuela más rápida que Clavileño, rodeado de cabritillas de colores…


Abre los ojos Sancho Panza y ve a su amo sin la camisola, mirándolo ensimismado.

—Mi amo, ¿qué hace así en cueros vivos? ¿Y yo, que hago con el camisón de vuestra merced en mis manos?

—Que bello es el amor, parecías el trovador Macías, diciéndole las palabras más dulces que jamás escribió Ovidio a tu amada Teresa… —habla el caballero robándole a autor de «El Lazarillo» la frase, al tiempo que se acerca a Sancho y le arrebata a camisola.

—¿Macías? ¿Qué sandeces dice vuestra merced? ¿No se referirá a Santiago Macías?

—Me asombra que conozca el nombre de tan gran poeta. ¿No me engañas fingiendo que no sabes leer?

Sancho se restriega los ojos, los cierra, no quiere ver los atributos de su amo tan cerca de sus ojos.

—¿Qué poeta? Santiago Macías, ¿el hijo del porquero? ¿Ese filiminincias que quiso ser novio de mi Teresa? Le arreé un soplamocos y no fue menester darle dos. ¿Conoce al tal Macías? ¿Es poeta? Si no sabe escribir...

—Te equivocas, el gran Santiago Macías el mejor juglar, conocido como «*El enamorado*», una gran tragedia su muerte…

—Estaremos hablando de otro, este pariente suyo no debe ser, porque este tal Macías, no sabe hacer la o con un canuto y es más basto que una estera de esparto, hasta yo, que no sé hilar dos palabras si no son refranes, dice mi Teresa que soy poeta cuando se pone tierna... Como no sea en sueños…

© Paco Arenas a 25 de mayo de 2024

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