Don
Quijote idealizaba a su Dulcinea sin haber catado las mieles del amor. Yo he
querido imaginarme a Sancho pensando en la ausencia de su amada Teresa Cascajo,
una mujer real de armas tomar. Sancho Panza no sabía escribir, pero he querido
imaginármelo, como a mi padre, y a otros campesinos manchegos, siendo capaz de
recitar poemas con gran maestría. Espero que os guste. Pero antes vamos a
ponerle un poco de humor.
—¡Eh,
eh! ¿Sancho, qué haces? —despierta don Quijote alterado al notar que su
escudero lo abraza con entusiasmo.
Sancho
no despierta, sigue con sus intentos de abrazar a su amo, que por mucho que
intenta no logra desembarazarse de los brazos de Sancho, a pesar de que se
queda quieto, comenzando a hablar:
—Teresa,
¡oh, esposa mía!
—Que soy
tu amo, don Quijote. Mentecato, suéltame o juro por la orden de caballería que
profeso, que como tu mano avance te la corto de un tajo con el filo de mi
espada —vuelve a gritar con más ganas don Quijote.
Se
desembaraza el caballero de los brazos del escudero sin poder evitar que su
camisola quede entre los amorosos brazos de Sancho Panza, que de repente
comienza a recitar unos versos, provocando que don Quijote se quedase
paralizado al escucharlos.
—Teresa,
¡oh, esposa mía! —repite.
Teresa,
¡oh, esposa mía! Ansío ver tu rostro,
pues sin
tu presencia, a mi corazón le falta su mitad.
Mírame
en la distancia, que tus ojos se crucen con los míos,
no hay
bálsamo de Fierabrás que me pueda aliviar tu ausencia.
No me
arrepiento del viaje emprendido,
montado
sobre estas aguaderas llenas
de
inquietudes más duras que los lomos de Rucio
y la
armadura de hojalata.
Volvería
con las orejas gachas,
como
rocín a la cuadra en busca de paja.
Extraño
tanto tus manos ajadas
como lo
que escondes bajo tus sayas.
¡Maldito
el momento en que soñé ínsulas!
No
quiero más gobernanzas que la de tus labios en los míos,
y tus
prietas piernas cabalgando sobre las mías.
No
necesito más dios que tu carne gozosa,
buscando
el tesoro escondido, deslizándose sin ruido.
¡Oh,
Teresa mía! Tanto me haces pensar,
que veo
a mi amo cabalgando sobre Rocinante,
y me
parece tu bello cuerpo balanceándose.
Ahogo tu
nombre en cada quejido de Rucio y Rocinante,
yéndoseme
los ojos en cada talle que se te asemeja.
Querida
mujer, amadísima, mi alma insaciable
vuela
más rápida que Clavileño, rodeado de cabritillas de colores…
Abre los
ojos Sancho Panza y ve a su amo sin la camisola, mirándolo ensimismado.
—Mi amo,
¿qué hace así en cueros vivos? ¿Y yo, que hago con el camisón de vuestra merced
en mis manos?
—Que
bello es el amor, parecías el trovador Macías, diciéndole las palabras más
dulces que jamás escribió Ovidio a tu amada Teresa… —habla el caballero
robándole a autor de «El Lazarillo» la frase, al tiempo que se acerca a Sancho
y le arrebata a camisola.
—¿Macías?
¿Qué sandeces dice vuestra merced? ¿No se referirá a Santiago Macías?
—Me
asombra que conozca el nombre de tan gran poeta. ¿No me engañas fingiendo que
no sabes leer?
Sancho
se restriega los ojos, los cierra, no quiere ver los atributos de su amo tan
cerca de sus ojos.
—¿Qué
poeta? Santiago Macías, ¿el hijo del porquero? ¿Ese filiminincias que quiso ser
novio de mi Teresa? Le arreé un soplamocos y no fue menester darle dos. ¿Conoce
al tal Macías? ¿Es poeta? Si no sabe escribir...
—Te
equivocas, el gran Santiago Macías el mejor juglar, conocido como «*El
enamorado*», una gran tragedia su muerte…
—Estaremos
hablando de otro, este pariente suyo no debe ser, porque este tal Macías, no
sabe hacer la o con un canuto y es más basto que una estera de esparto, hasta
yo, que no sé hilar dos palabras si no son refranes, dice mi Teresa que soy
poeta cuando se pone tierna... Como no sea en sueños…
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