CARTA A MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
Admirado Miguel,
Disculpa la osadía de este «juntaletras».
Ilustre y nunca suficientemente alabado Miguel de Cervantes,
con la pluma en mano y el alma entregada a la inmortalidad de las letras, me
dirijo a ti desde un rincón de la Mancha, cuyo nombre guardo en el corazón como
un tesoro.
Bien es sabido que aquellos en quienes depositaste tu
confianza, te traicionaron, dejándote a las puertas de la eternidad. Mas,
aquellos que con envidia buscaron silenciar la resonancia de tu verbo, no
alcanzaron su vil propósito. Tú, estimado Miguel, ascendiste a la cima, tal Cid
victorioso, conquistando la gloria post mortem.
En la era presente, eres objeto tanto de amor como de desdén.
Hay quienes, forzados a leer tus palabras en tiempos de juventud, cuando el
entendimiento no había madurado, hoy rehúyen tu mención. Otros, con vanidad
infundada, se jactan de conocer tu magna obra y repiten frases que jamás
emanaron de tu pluma, tales como:
«ladran, Sancho, señal que cabalgamos»,
o «de grandes cenas están las sepulturas llenas»,
ignorando el sabio consejo que Don Quijote impartió a Sancho
antes de su gobernación:
«Come poco y cena menos aún, que la salud de todo el cuerpo
se forja en la fragua del estómago. Sé moderado en la bebida, recordando que el
vino en exceso ni guarda secreto ni cumple palabra. Vigila, Sancho, no comer a
bocados llenos, ni eructar en presencia de nadie.»
Algunos encuentran en tus letras el evangelio de la
liberación de los desposeídos, pues siempre te posicionaste al lado de los
necesitados. Otros osan comparar tu legado con la Sagrada Escritura, mas nada
más lejano a la verdad, siendo ambas ficciones, una inspirada en dudosas ideas
por la fe ciega que no admite cuestionamiento. Tu obra, en cambio, no solo
busca deleitar y esclarecer con humor el entendimiento, sino que, enfrentando
las visiones de Don Quijote y Sancho, nos invita a la reflexión, al pensamiento
crítico y a la duda, porque solo a través de la interrogación avanza la
humanidad.
Y otros, como yo, intentamos aprender de tus enseñanzas,
quizás erróneamente, y combatimos gigantes, aunque sin gran éxito, he de
confesar. Los vicios de tu época perduran en el siglo XXI, sigue habiendo
alimento en exceso para saciar todas las bocas, y aún hay pobres que no pueden
acceder a él. La injusticia, la arrogancia y la codicia continúan dominando el
orbe.
Otros, procuramos aprender de tus enseñanzas, tal vez
equivocados, y luchamos contra gigantes, sin mucho éxito, esa es la verdad. Los
males de tu tiempo siguen siendo los mismos en el siglo XXI, sigue habiendo
comida de sobra en el mundo para llenar todas las bocas y pobres que no pueden
acceder a ella. La injusticia, la soberbia y la avaricia sigue gobernando el
mundo.
Me despido con algo que si escribiste y que también se
malinterpreta:
«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a
los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se
puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor
mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el
regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en
mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve5 me
parecía a mí que estaba metido entre las estrecheces del hambre, porque no lo
gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de
las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no
dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo
de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!»
Me gustaría saber qué pensarías del modo en que unos y otros
utilizamos tu imagen, tus palabras y enseñanzas, aunque no espero contestación,
te muestro mi cariño y admiración.
Este que es más Sancho que Quijote y más Quijote que Sancho,
según el momento, pero loco y osado como los dos no se despide de ti.
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