sábado, 1 de junio de 2024

La verdad de Dulcinea del Toboso

 

Aldonza Lorenzo, Dulcinea del Toboso


De boca de Sancho salen estas palabras sobre Dulcinea:
"Sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pelo, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre."
Pero...

La verdad de Dulcinea del Toboso

Aldonza llega a la plaza del Toboso sobre un burro y con unas aguaderas donde lleva cuatro cántaros. Podría ir sentada de lado, pero va con espatarrada como si fuera un hombre. Es una mujer más alta y fuerte que lo normal, que impone respeto con la sola mirada. Está viuda desde hace unos meses, justo desde que se quedó viuda. Todos saben de su fogosidad, del mismo modo que habla fuerte, pero dulce, sus gemidos amorosos traspasaban los muros de su casa. Ahora nadie escucha nada, pero todos hablan más de la cuenta, sobre todo desde que salió un libro que la nombra «El Ingenioso Hidalgo don Quixote de la Mancha», ella no lo ha leído, no sabe, pero la halaga y le gusta eso de que la llamen Dulcinea del Toboso, pero como se suele decir y ella repite:

—Lo poco halaga y lo mucho cansa.

Al principio le hacía gracia, apenas recordaba a Alonso Quijano. De mozo era amigo de su marido, y antes de serlo, en las fiestas de la patrona, la Virgen de los Remedios, bailó alguna vez con él. Lo recuerda guapo, fuerte, pero muy delgado y callado. Si le hubiera hecho proposiciones, tal vez no le habría dicho que no, pues no es lo mismo romperse los riñones trabajando en el campo que ser la señora de un hidalgo, aunque fuese pobre, que con poco trabajar viven mejor que quienes trabajan.

 Se dirige sin descabalgar del pollino hacia el pozo y saluda a los presentes, dos hombres dos ancianos ociosos y un tercero más bien joven, que tampoco trabaja mucho, es bachiller y lo hace para el concejo. También y tres mujeres un poco más jóvenes que ella que han ido a por agua al pozo. Antes de llegar se percató de que estaban cuchicheando entre risas maliciosas algo, sabe que sobre ella y que si se callan es al verla. Se baja del burro de un salto y mira a su alrededor con gesto burlón.

—Podría parecer que ha pasado un ángel, porque vuestras mercedes han dejado de rezar y guardan silencio, como si estuvieran en un convento después de las últimas plegarias, o mejor dicho, en el gallinero al anochecer, pues más que cascar cacareaban, igual que un gato cuando ve a las palomas y no las puede atrapar. Nicomedes, —se dirige al joven bachiller de Sigüenza al servicio del ayuntamiento de El Toboso. —¿qué nos contabas de la tal Dulcinea? —le pregunta con falsa amabilidad con su habitual gesto pícaro.

—¿Yo? ¿Qué he de decir? Nadie conoce a la tal Dulcinea…

—No parecía eso, por tus palabras y visajes…

El aludido vacila bajo la mirada de Aldonza, que, en ese momento, aprovechando que los otros se han quedado inmóviles, lanza su cubo al pozo con fuerza volteando la cuerda como si fuera un látigo, y lo saca de dos tirones bruscos.

—¡Voto a Rus! Parecen, vuestras mercedes, gallinas verdaderas, hablan a la espalda sin saber y cuando se pueden enterar se quedan calladas como ignorantes que no saben, y por no callar, hablan a tontas y a locas.

—Eso es porque el zorro se metió en el gallinero —susurra Patrocinio, fingiendo que no quiere que la oigan, pero con el propósito opuesto.

—O la zorra —apostilla Remedios, aún en un tono más bajo.

Los cinco sienten la mirada penetrante de Aldonza Lorenzo, hasta arrugan los labios de apretados que los tienen. Ella toma una bocanada de aire, ríe y vierte el cubo de agua en uno de los cántaros. El viejo Liborio, hidalgo al que siempre le gustó aparentar, pero no tiene criada para que vaya a por agua al pozo, que tenía el cubo en la mano, con el nuevo gesto de Aldonza, asustado da un paso al lado temeroso y casi se cae al pozo detrás del cubo que tenía en la mano. Ante la indecisión y torpeza del viejo, ella se adelanta y lanza el suyo.

—Casi me tiras el cubo —protesta Liborio, que baja del brocal por miedo a verse abocado al fondo.

Aldonza no puede evitar la risa burlona, pero lo ignora, sabe que infunde temor ante los hombres y por eso la desean y la critican.  Tensa la cuerda de nuevo, al ver que el cubo está sobre la superficie del agua, lo voltea. Se percata que los hombres miran su escote fijamente y creyendo que no se da cuenta, hasta señalan sus hermosos pechos. Se inclina más dejando que el aire entre en el oscuro hueco entre su corpiño y su piel.  Las tres mujeres, a la vez, se persignan invocando a la Virgen de los Remedios, patrona de El Toboso:

—¡Virgen Santísima de los Remedios!

—Pues no tiene pelos en el pecho —le da un codazo Nicomedes a Liborio y al otro viejo, provocando las risas de las tres mujeres.

Aldonza hace como que no lo oye. Termina de sacar el cubo y mira a las mujeres y sobre todo a ellos, que parece como si los tres llevasen un ratón debajo de las calzas y pretendiese salir por entre los botones de las mismas. Sostiene el cubo lleno en la mano, hace el ademán de girarse para llenar un nuevo cántaro, pero en un rápido movimiento lo esparce a la altura de la cintura entre los seis presentes.

—Los pelos los tengo en otras partes. No digo dónde y ¡ mi esposo, que es el único que lo sabía, no os lo va a decir…

—¡Santísimo Cristo de la Humildad! —Exclaman ahora los seis invocando al patrón.

—Estoy harta, más que harta. Ya han visto que no tengo pelo en el pecho, pero sí puedo arrancar las barbas a cualquier caballero, joven o viejo y bajarles los ánimos a los babosos como la casta Susana…, porque las calzas viejos babosos, no las voy a bajar a nadie, menos si están meadas o lo otro…

—¿Casta tú? —Salta Rigoberta —. No me extraña que el tal Sancho Panza diga lo que nos ha dicho Nicomedes…

—¿Otra? No habéis tenido bastante con el agua helada, ¿acaso queréis que os coja y os tire desde lo alto del campanario como hacen los bestias de Manganeses de la Polvorosa con una cabra, ¡pobre animal!

—Nosotros no tenemos la culpa de lo que dice el escudero de tu enamorado en el libro que tantos hemos leído…

—¿Tantos habéis leído?, tú sí, Nicomedes, los otros, como yo. Mi enamorado era mi esposo, Dios lo guardé en su gloria, a tal Alonso Quijano, apenas llegué a conocerlo y bailar unas seguidillas con él,  y al sin luces de su escudero menos aún…

Se quedó callada al ver que se acercaban más personas de El Toboso y se mofaban del escalofrío que afectaba a los mojados, que en pleno invierno parecían helados, sin atreverse a levantar la voz ni moverse ante la desafiante mirada de Aldonza Lorenzo, viuda de Alfonso «El Tirili», así apodado porque siempre estaba alegre de las satisfacciones que le daba Aldonza. Algunos cuentan que tanto aprovechó y abusó del acto conyugal, que se fue al otro mundo, que no mejor, antes de tiempo. Como si no le importaran los curiosos que seguían llegando, siguió llenando cubos y cada vez que los elevaba hacía el ademán de tirarlo, haciendo que todos retrocedieran y ella riéndose, se burlaba de todos. Acabó de llenar los cántaros, se remangó las enaguas y las sayas y saltó sobre el pilón más alto.

—Ya que venís de medio Toboso, me gustaría explicar algunas cosas, como si fuera el alcalde de Zalamea, con el permiso del señor regidor que nos acompaña —indicó al alcalde que se hacía camino con dos alguaciles, que parecían dispuestos a detenerla.

Ella esbozó una sonrisa y el alcalde y los alguaciles se detuvieron, al igual que el resto de los vecinos. Era verdad lo que narraba la novela que la mencionaba, todos estaban seguros.

—Mi nombre es Aldonza Lorenzo, la aldeana que, según narran las historias, fue convertida en Dulcinea del Toboso por el iluso don Quijote, a quien conocí y hasta le bailé una seguidilla, era yo una moza de quince años, y él aún era joven, que doncel, creo que lo sigue siendo, yo, como todos sabéis soy viuda, si alegre o triste, solo me atañe a mí. Quiero decirles que no soy solo una mera mujer en peligro o un ideal inaccesible. En este mundo donde los molinos de viento se erigen como gigantes y los caballeros andantes persiguen nobles causas, quiero reclamar mi propia historia. No soy solo un anhelo o una musa pasiva. Soy una mujer con sueños, deseos y luchas propias. Si no fui mujer con la pata quebrada y atada a la cama, como algunas, cuando vivía mi marido, ahora menos aún. Si alguien quiero que me caliente la cama…¿A quién le importa?

—Aldonza, por Dios y la Virgen de los Remedios, muestra decoro —le pide el cura Bernardo Martín, que se acerca a ella, quedándose también a la altura del alcalde y los alguaciles.

—Hazle caso al padre y daremos esto como algo que no ha pasado —intenta ordenarle el alcalde sin mucho convencimiento de que le vaya a hacer caso.

—Señor alcalde, Yo solo soy hija del padre que me engendró, Lorenzo Corchuelo y la madre que me parió, Aldonza Nogales. Y sigo para callar habladurías. Yo me pregunto: ¿Por qué debería conformarme con ser solo la inspiración de un hombre? ¿Por qué no puedo ser la autora de mi propia epopeya? En esta tierra de La Mancha, donde los vientos soplan fuertes y las llanuras se extienden infinitas, también debe haber espacio para las voces de las mujeres...

—Debes respeto a tu marido y al Señor… —alzó la voz el cura señalando al cielo.

—Mi marido está enterrado y el Señor dudo que me lleve la contraria…

—No seas sacrílega, no vaya a ser que los señores alguaciles tengan que llevarte ante la Santa Inquisición —amenazó el alcalde, que por no imitar el gesto del sacerdote, la señaló directamente a ella.

—Si me han de quemar como si fuese bruja, déjenme seguir —dijo Aldonza, escuchándola hasta su padre que se encontraba en el bancal a dos leguas de distancia —. Soy más que un reflejo en el escudo de un caballero, más que una figura idealizada. Soy una mujer que siente el sol en su piel y la lucha en sus huesos que le duelen al segar, vendimiar o plantar ajos. Mi feminidad no es fragilidad, sino fortaleza. Mi belleza no es solo física, sino también docta y espiritual, ¿acaso no soy capaz de sacar las cuentas de los celemines sin necesidad nadie que me las saque. Hoy me veo obligada a alzar la voz como Aldonza Lorenzo, como todas las mujeres que han sido relegadas a los márgenes de la historia. No somos solo las esposas, las madres o las hijas. Somos las constructoras de mundos, las tejedoras de sueños y las guardianas de la memoria…

—Sin duda está poseída por el diablo, señor cura —musitó al oído el alcalde al sacerdote.

—Déjela que termine, que camino lleva —le pidió el cura, animando a Aldonza a terminar.

—No necesito caballeros andantes que escriban sus gestas en los libros. Nosotras, sus damas imaginarias, también merecemos nuestras crónicas, nuestras hazañas y nuestros amores. No como meras acompañantes, sino como protagonistas de nuestras propias vidas.

Por eso, queridas vecinas, festejemos hoy no solo a Don Quijote, sino también a las Aldonzas, las Dulcineas y todas las mujeres que rompen las normas y pelean por su libertad. Porque en cada una de nosotras hay una llama que no se extingue, una fuerza que no se rinde, que como dicen que dijo don Quijote: Ningún hombre es más que una mujer si no hace más que ella…

—Es: no es un hombre más que otro, si no hace más que otro… —apostilló Nicomedes, al tiempo que comenzaba a toser.

Aldonza lo miró con su mohín habitual y bajó del pilón, montando en su burro.

—Nicomedes, Remedios, Rigoberta, Liborio y Patrocinio, id a la plaza ya orinados que si seguís con la ropa mojada os vais a resfriar un poco. Señor alcalde, señor cura y señores alguaciles, hasta luego, que yo me voy, que tengo que darles de comer a los cerdos…

Los alguaciles dieron un paso adelante para detenerla, pero las mujeres comenzaron a fritar y a aplaudir:

—¡Viva Aldonza Lorenzo! ¡Viva la emperatriz de la Mancha!

—Mejor no —dijeron a dúo cura y corregidor.

Y conforme caminaba el burro le abrían el paso como si fuera una reina. Aldonza Lorenzo se sentía la Dulcinea del Toboso, mirando burlona a unos y agradecida a otros.

Relato de Paco Arenas
Me podéis encontrar en:
y en
Paco Arenas-escritor
©Paco Arenas a 1 de junio de 2024 a las 1:30 de la madrugada.


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