Siendo más Sancho que Quijote, me volví loco por culpa
de los libros que leí, me armé de valor y comencé a caminar, llegando a creer
que era posible cambiar el mundo con la palabra escrita sin necesidad de
gritarla.
Este escritor manchego que escribe con grosera pluma
de avutarda nació en los campos dorados de La Mancha de rojos arreboles
verpertinos, donde el viento de solano me susurraba secretos de los
silenciados. Nunca escondí su rostro tras yelmos ni me enfrenté a imaginarios
gigantes. No, mi lucha es más noble,
aunque utilizo plumas de avutardas de corto vuelo, escribo palabras en la
tierra como surcos traza el arado más afilado que el pico de las águilas.
Arado forjado en los yunques de las fraguas
campesinas, este destripaterrones no se rinde ante las adversidades. Mis
principios son como la reja de ese arado, labrando surcos de justicia en la
tierra reseca. Mis padres no fueron reyes, sino campesinos analfabetos, cuyas
manos ajadas conocieron las ampollas y los callos, y con su sudor regaron la
tierra para que creciera la espiga, la esperanza y la palabra silenciada por
los poderosos.
Quiero ser voz de los silenciados, de los escuderos,
de esos que nunca serán caballeros. En las noches sin luna, cuando los grillos
entonan sus cantos, me siento y escribo junto al fuego los secretos de quienes
se les privó de la palabra. La sangre de ellos se convierte en palabras que
fluyen como ríos, a pesar de que, como mis padres, apenas pisé las aulas de la
escuela, ellos me confiaron su voz. Y yo, como un trovador errante, la saco de
los rincones más oscuros del olvido utilizando la palabra como martillo sobre
el yunque para derribar los muros de la intolerancia, sabiendo de antemano,
como dijo un poeta:
«Un buen verso no derriba al tirano. en el mejor de
los casos consigue cortarte la respiración (la digestión casi nunca)».
No lo pretendo, pero quien no echa la semilla en la
besana, nunca verá crecer la espiga.
En estos días turbios, donde nadie dimite, ni siquiera
las togas caducadas desde hace más de un lustro, y los viejos reyes se marchan
a desiertos lejanos para no pagar impuestos y se adoran marionetas con menos
corazón que seso, este campesino siente ganas de meter la pluma hasta las
entrañas de la tierra hasta encontrar la tinta y que sean los silenciados
quienes dicten las palabras.
En esta era de sombras, donde el honor se desvanece y
no hay renuncias, ni siquiera de togas que el tiempo ha olvidado, y los
monarcas de antaño huyen a eriales remotos, esquivando el tributo justo,
mientras se veneran títeres de alma vacía y mente estrecha, este labriego
anhela hundir su pluma en las entrañas de la tierra, buscando la tinta para que
los mudos sean quienes dicten los renglones con las palabras que no pudieron
pronunciar.
Armado con la pluma de la avutarda grosera, este hijo
de la Mancha prosigue su andanza quimérica. Mis palabras son y serán mi única
espada, y mi contienda, la sempiterna de los olvidados. Que sea el aire de su
aliento el marque el rumbo y los ausentes dioses de toda fe y desde las
entrañas de las orillas de los caminos sonrían a quienes perseveran en la
tarea.
Continuaré mi relato al lado de aquellos que elevan su
voz en un cosmos que, en ocasiones, prefiere el silencio.
Y es aquí, donde las llanuras manchegas se juntan con
rojizos tonos con el cielo, mi pluma golpea contra el yunque de la injusticia
al compás del viento de solano. Vientos que van susurrando historias
amordazadas de los campesinos. Los olivos, centinelas milenarios, custodian los
secretos de la tierra.
Seguiré mi historia junto a todos los que alzan la voz
en un mundo que a veces olvida escuchar.
©Paco Arenas
PACO ARENAS
PACO ARENAS, SUS LIBROS Y RELATOS...
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