—Después de tantos años esperando, ¿vienes ahora a
besar mis labios, que tantos polvos llevo sobre mi cuerpo? —Me echó en cara con
gesto de tristeza.
Podría
haberme rechazado de manera avinagrada. Sobrada razón tenía para ello,
abandonada como la dejé en un oscuro sótano. Entonces, apetecible y brillante como ella
sola, ya madura y lista para mis labios, o los de cualquier otro, con su
embriagador aroma de pura cepa manchega.
Hoy la he vuelto a ver, no la recordaba, ni podía
imaginar que todavía me estaba esperaba, permanecía impasible mi seguro
regreso, con su vestido de los diez mil polvos acumulados sobre su cuerpo
brillante oscuro, rojo, y a pesar de todo, virgen, sí, virgen, con el himen
intacto, esperándome a mí, que la deje abandonada, en el olvido.
He sentido
vergüenza, por mi abandono, debería haberla besado, pero después de tanto
tiempo, me ha costado hasta cogerla, desconfiando de su fidelidad, de su espera,
tenía motivo para estar picada. La he cogido entre mis manos con delicadeza,
maldiciendo mi desidia y olvido. La he
bañado con la suavidad y delicadeza que se merecía, mientras conforme la
acariciaba, crecía en todos mis sentidos el ansia de penetrarla, mis ojos
ansiaban disfrutar de su belleza frente a mí, y labios buscaban besarla,
fundirme con ella. Se dejaba acariciar,
paciente esperaba; no obstante, como ya he dicho, su avinagrado desprecio lo
hubiese tenido merecido.
Fui
penetrándola poco a poco, muy suavemente, con miedo a hacerle daño, a romper lo
que tanto tiempo esperaba ser profanado por mi pecador aparato. Cuando su
acorchado himen hubo desaparecido, mis fosas nasales sus aromas internos, y mis
labios no pudieron resistir la tentación de saborear directamente sus jugosos y
embriagadores fluidos.
Me he sentí
halagado por su generosidad, de que el tiempo de abandono en mi sótano, en mi
vieja bodega, no le hubiera avinagrado el ánimo. Al contrario, lejos de
vengarse, está dando un placer inmenso, a este viejo canoso, y eso que ella es
una vieja de casi veinticinco años. Ella la vieja botella de vino Estola Gran
Reserva de 1994. Un placer en el paladar. Seguro que más de uno habla pensado
otra cosa.
Durante muchos años tuve un bar en Valencia, el Bar
Arenas y al traspasarlo me quedé con todo el vino, hoy he me he bebido la
última botella de Estola de 1994, pensaba que no quedaba ninguna, creía que
estaba picado, pero ha envejecido con clase, esa última botella estaba buenísima,
ella, mi Dulcinea y yo su don Quijote.
Relato incluido en el libro Esperando la lluvia-Cuentos al calor de la lumbre, que puedes comprar aquí
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