Publicidad del Restaurante Celler El Refugio |
Yo vivía con mi familia en una
casa payesa compartida con otras dos familias, más los dueños de la casa. La
casa era grande, su puerta principal daba a la calle General Prim y la trasera,
la que en tiempos habían sido las cuadras, daba a la calle Vara de Rey. Esta
parte trasera había sido habilitada para alquiler, aunque sin esmerarse mucho.
Nosotros viciamos en una amplia habitación con derecho a cocina, la cocina
tenía un tejado de uralita, que cuando llovía parecía un regimiento de tambores
al ataque. La habitación tenía una ventana que daba al añadido de la cocina, el
cuarto de baño era compartido con el resto de los habitantes de la casa: Las
tres familias de inquilinos y los dueños, don Pepe y la señora Catalina. Los
otros inquilinos eran la prima de mi madre, Carlota y su marido, Blas, vivían
con su hija Susi, en la casa principal, más arriba, primero vivía una familia
catalana, que montaron una librería que se llamaban de apellido barbera, y se
marcharon, pasando a vivir otra familia andaluza, de apellido Parra, que su
hijo, Parrita jugaba en el equipo de
fútbol del Portmany. Decir que el cuarto de baño no disponía de agua caliente,
con lo cual las duchas eran rápidas. A
pesar de ello, los dueños de la casa se quejaban de que los jóvenes nos bañábamos
mucho y gastábamos mucha agua. La casa
estaba en pleno centro turístico, en calle Vara de Rey de Sant Antoni de
Portmany (antes San Antonio Abad). Al lado del bar musical Babalú, a cincuenta
metros del hotel Excelsior, donde trabajé cuatro años y que ahora es un hotel
de ambiente gay.
Frente a la casa también estaba
una discoteca que tuvo varios nombres, todos en inglés, uno de ellos "Donkey follow me", lo cual traía su
cachondeo, como no podía ser de otra forma. Justo enfrente una tienda de ultramarinos a la antigua usanza, no recuerdo el nombre, solo que los hijos se llamaban Miguel Ángel y Lali.
Por último también estaba un
restaurante bastante encantador, que tenía, aparte de su comida, que nunca
probé, dos atractivos: enormes acuarios con impresionantes langostas vivas
(atracción de la chiquillería del barrio ) y un trío de guitarristas, que
cantaban canciones de Manolo Escobar para los turistas, entre los que se encontraba
Antonio Pérez, paisano de Santa María del Campo Rus, que llegó a la isla entre los primeros grupos de paisanos, colocándose de zapatero y compaginando el oficio con la afición, la de músico, para después montar una tienda de bolsos y cinturones, hechos a mano con las herramientas que llevó a la isla desde Santa María, donde trabajaba de guarnicionero, pasando de diseñar cinchas para mulas, burros y caballos, a diseñar bolsos y cinturones para los únicos que pasean, junto con los burros, a la hora de la siesta, los turistas, cuando el sol hace chichones. Y por ser uno de los primeros en llegar, junto con Marcial Mota, los paisanos recurríamos a ellos en más de una ocasión para que nos echasen una mano a la hora de buscar trabajo. Antonio Pérez por la noche amenizaba el Restaurante Celler El Refugio, tocando la guitarra y
cantando.
O sea que música teníamos a todas horas, comenzaba por la tarde el Babalú, seguía el restaurante Celler El Refugio y terminaba la discoteca "Donkey follow me" hasta primeras horas de la madrugada, a pesar de ello y del calor, dormíamos.
O sea que música teníamos a todas horas, comenzaba por la tarde el Babalú, seguía el restaurante Celler El Refugio y terminaba la discoteca
Postal del restaurante. |
Fue en verano, mis amigos ya tenían once años, yo lo los cumpliría en la segunda quincena de diciembre.
A través de Antonio Pérez conseguimos ese primer "trabajo”, que ejercimos durante al menos tres
años, compaginándolos con otros sacábamos un buen sueldo.
El trabajo en cuestión, consistía
en repartir propaganda del restaurante por el paseo de San Antonio y la bahía todas
las tardes y los sábados y domingo por las playas. Cobrábamos 15 pesetas cada
uno de los integrantes del grupo: Antonio Madrigal, Paco Navarro y yo. Era
poco, pero a eso añadimos idéntica cantidad del Babalú y 25 pesetas de la Sala
de fiestas Ses Guitarres, creo que también recomendados por Antonio Pérez.
Repartíamos, también, de vez en cuando, de la discoteca Chac Mool. Además con el trabajo en una pista de
Scaletrix, y otros trabajos esporádicos que aceptábamos de buen grado, sacábamos
un sueldo bastante aceptable para nuestros once años. Más que después subiendo
maletas en el hotel, pero esos es otra historia más erótico festiva...
De todas las propagandas que repartíamos,
la que más nos gustaba repartir era la de El Refugio, ya que imitaban muy bien
a los billetes de mil pesetas de los Reyes Católicos y doblados y en el suelo
nos servían para gastar bromas, que en alguna ocasión pudo costarnos más de un
disgusto.
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