viernes, 6 de mayo de 2016

El gato en el puchero (Cuento manchego)


 Inspirado en un hecho real sucedido en Pinarejo, en versión muy libre. 

Eran tiempos en los cuales el hambre era la compañera más fiel. Tiempos de posguerra, y el pan nuestro de cada día era tan sólo un recurso publicitario de la Iglesia. Comer un huevo frito, cocido o crudo, resultaba misión imposible, al menos en las ciudades. En los pueblos todas las Casas tenían sus corrales, con gallinas, gallos y conejos, que sobre todo los de pico, a falta de pienso se alimentaban con las heces humanas. Comer carne, incluso en los pueblos, se reservaba para acontecimientos especiales: bodas, visitas familiares, para el día que se marchaba el hijo a la mili o que regresaba de permiso o licenciado.

 No era, por tanto, raro que alguien tuviese que pagar el pato, en este caso el gato. Y no es que diesen gato por liebre, que abundantes unos y otras en La Mancha. Los perdedores de la guerra no tenían permiso para tener escopeta y cazar liebres, conejos, perdices o codornices. Utilizaban de manera clandestina lazos y cepos, siempre con la precaución de que no les pillase la guardia civil.  Recuerdo que contaba mi padre que un día mi padre cazó dos liebres en La Montesina con lazo, donde todavía mi familia tiene un trozo de monte, y la guardia civil se las robaron y encima le pusieron una multa.

Los gatos eran otra opción de comer carne, abundantes en pueblos y ciudades, no resultaban fáciles de coger, a no ser que fuesen propios, y a esos se les respetaba; pero siempre existía la oportunidad de pillarlos descuidados.  Después de darles caza, se despellejaban, se colgaban al raso para que se le ablandasen las carnes y se cocían durante horas a fuego lento, y una vez tiernos se le añadía arroz o patatas y a matar el hambre, después del gato y gracias a él.

Pedro y Juan eran dos hermanos mellizos de poco más de ocho años. Su padre la noche de antes había cazado un gato, que tras despellejarlo y tenerlo al relente durante la noche, su madre puso en un puchero grande, con verduras y nabos, arrimándolo a las ascuas y ceniza de paja, para que se fuese haciendo a fuego lento.

—Cuidar que no se salga el caldo, para poder echar después el arroz.

—Madre, no se preocupe usted. Nosotros cuidaremos bien del puchero.

—Me fío de vosotros. Hoy comemos arroz con conejo.

Los dos hermanos, sabían que era gato, pero el hambre provocaba en sus fosas nasales el más delicioso aroma a conejo de campo, con aromas de romero, tomillo y espliego.  Y cada vez que se acercaban a la lumbre a arrimar ascuas, y destapar el puchero, el aroma del gato cocinado, cada vez resultaba más concentrado y apetitoso. Pedro miraba a Juan, y Juan a Pedro, los dos al puchero.

— ¿ Y sí. ..? —Se atrevió a hablar Juan, el menor en estatura, puesto que eran gemelos de los hermanos.

—Pues yo creo que… —insinuó Pedro. Sin que ninguno de los dos necesitase decir lo que pensaba, tal vez porque dormían en el mismo colchón y además eran mellizos. 

—Una tajadilla de los riñones, no creo que se note mucho —apuntó Juan.

Ni cortos ni perezosos se abalanzaron sobre el puchero, primero con prudencia, después con ansia. Cuando se quisieron dar cuenta no quedaba ni rastro del gato. Sólo entonces, se percataron de la situación. Sus padres y hermanos cuando llegasen del campo cansados no tendrían nada que comer aparte de caldo y las verduras.

— ¿Y ahora qué?  —Preguntó Juan, limpiándose la barbilla.

—Pues no sé.  Como no cacemos el gato de Pascual, que anda siempre detrás de nuestra gata…

Para que decir más. Ambos hermanos pusieron manos a la obra, sin que les resultase difícil atrapar el gato del vecino. Bien hermoso era, y contentos, tras arrearle un fuerte estacazo, dándolo por muerto, sin despellejar ni nada, porque no sabían, lo metieron en el puchero. El gato al notar el escaldado recupero el conocimiento animal y de un   salto salió del puchero. Juan que tenía todavía el garrote en la mano, le dio tal garrotazo en la cabeza, que dejó el gato panza arriba. De nuevo fue al puchero. No parecía que el pobre animal estuviese del todo muerto y de vez en cuando, cada vez con menos fuerzas intentaba salir del fuego.

—Que sale, que sale, que se le ven los ojos… —gritaba Pedro.


Pero el gato terminó por resignarse a ser escaldado y comido… El hambre es muy mala. Autentica carrera al infierno, y su madre, después de cocido despellejó el gato. Y todos, menos Pedro y Juan comieron arroz con conejo. Todos menos Pedro y Juan, que estaban satisfechos.

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